El Museo de recuerdos y emociones
En el Museo de los 500 años de los Judíos en Turquía encontramos información histórica de las comunidades judías en España que fueron estableciéndose a partir de la diáspora que siguió a la destrucción del templo de Salomón en Jerusalén. Así vemos datos sobre su presencia a lo largo de unos catorce siglos en la península ibérica y los avatares históricos vividos con los cambios de poder por los enfrentamientos entre los emergentes reinos cristianos, (Aragón, Pamplona, León y Castilla) y las Taifas y en territorios conquistados por los musulmanes norteafricanos (Omeyas, almohades, almorávides… )
A partir de la expulsión de los judíos de España en 1492, se produce un exilio que acabará por convertirse de la búsqueda de refugio al asentamiento de un gran número de sefardíes en el Imperio Otomano.
La llegada de los primeros grupos de familias sefardíes a Estambul, fueron acogidos con gran interés por el sultán Bayezid II, que conociendo su gran experiencia en la gobernanza y el comercio, los integró rápidamente para impulsar la modernización de su propia administración. Posiblemente las previsiones de conversión de los judíos al cristianismo, como se pretendió por la influencia de la iglesia católica y algunos poderes en la España ya unificada, fueron menores de lo esperado y ello hizo que muchas familias, más de las previstas, marchasen a otras tierras, dejando atrás propiedades, casas y, sobre todo el cielo, los amaneceres y atardeceres de su querida Sefarad.
Las comunidades fueron asentándose en diferentes ciudades como Esmirna, Edirne y en la propia Estambul, la célebre Constantinopla, y sus influencias en múltiples áreas, administración, culturales, de negocios, etc., supusieron un “regalo” para el país de acogida. El Sultán Bayaceto II hizo especiales esfuerzos y tomo medidas para que fueran bien acogidos.
Hay datos que señalan a Ortaköy, barrio de Estambul, en la actual parte europea y justo donde se alza el impresionante primer puente sobre el Bósforo que une los dos continentes , como el puerto donde llegó el primer barco con judíos sefarditas. Es destacable que allí, en un radio de 300 metros uno encuentra hoy una mezquita, una iglesia cristiana (ortodoxa) y una sinagoga, todos templos activos para sus creyentes. Históricamente, los turcos han sido respetuosos con seguidores de otras religiones y algunas muestras de intransigencia se han manifestado con mayor dureza en la época contemporánea lo que tiene seguramente como base ciertas tendencias radicales del islamismo buscando el enfrentamiento y la aniquilación de los “infieles”.
En mi experiencia personal, hace cuatro años recorrí buena parte de Balat, barrio mayoritariamente musulmán preguntando en tiendas y en la calle como localizar una sinagoga de la que me habían hablado y todo el que me atendió fue amable; el pasado año, buscando la sinagoga por Gálata (el urbanismo en esa zona es complicado y es mejor preguntar) también fui prontamente orientado, sin ninguna muestra de extrañeza o molestia.
En el Museo se puede observar la implicación de los Sefardíes en la política estatal, y su participación en la vida parlamentaria turca, de cierta importancia, dado el porcentaje de judíos en relación con la población turca. También podemos acceder a datos sobre su gran aportación en sus universidades, con capítulo especial a recordar a aquellos pocos que, huyendo del nazismo en Alemania con éxito, se salvaron del Holocausto y se integraron en la vida académica turca, ayudados por sus colegas de Estambul como profesores en diversas disciplinas. Asimismo, en esta historia llama la atención quienes se dedicaron a la diplomacia y muy especialmente quienes lo hicieron en los momentos más tormentosos, como los años de la II Guerra mundial incluso en puestos en países ocupados por la Alemania nazi como Francia. Capítulo aparte algunos casos de oficiales y jefes en el ejército turco.
Se reflejan las costumbres cotidianas, las diversas ceremonias y fiestas y diversas costumbres de carácter social. Se exhiben muy interesantes objetos, algunos de gran valor significativo y también otros por su relevante valor artístico. A disposición del visitante hay mapas interactivos que facilitan datos de poblaciones, de las rutas seguidas en la diáspora, asentamientos y otras informaciones complementarias.
Los objetos relacionados con la religión y sus ritos, están representados por algunos ejemplares históricos de sus libros sagrados y los elementos significados usados en las ceremonias litúrgicas.
Dispone de un espacio notable una muestra de los “acontecimientos” de la vida social, las celebraciones con los niños y las relaciones familiares, ilustrados con fotografías, objetos y algunas representaciones con teatralizadas que facilitan las explicaciones.
En la museística, se destaca la mirada al carácter social, íntimo o abierto; se capta enseguida aquello que traspasa el intento puramente informativo y más allá de una lección de etnografía o antropología social, se retrata el alma de la gente y las comunidades. Es cuando trasciende el sentimiento y el afecto que se desprende de lo que se muestra o dice.
Quizás el museo nació en unos momentos de incertidumbre por los atentados, pero ello no parece afectar su discurso. No es reivindicativo ni defensivo, es un ejercicio de calidez y de muestra de vida de unas gentes que, cuando piensas en que son hijos de compatriotas y las amargas vicisitudes que vivieron sus ancestros, te hace más cercano a ellos. Disfrutar de Estambul en nuestro viaje turístico, constituye siempre un gran placer, y ahora vale la pena complementarlo con esta muy recomendable visita al “Muze 500” y reencontrarnos con nuestros hermanos españoles.
Aprovecho estas líneas para agradecer los esfuerzos y trabajos de quienes se han ocupado con pasión y eficacia en compartir este legado. En este sentido tengo que dar mi agradecimiento especial a Nisya Isman Allovi y Roberto Sadacca; su amabilidad y generosidad por dedicarme su valioso tiempo para hacerme saber un poco más y mejor de los sefarditas de Istanbul y de Turquía y que, con su amable e ilustrada dedicación, me hace sentirlos ya como amigos y me permite transmitir a los lectores estas entrañables historias de nuestra siempre querida Sefarad.
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