Hacía meses, concretamente desde el último partido liguero de la pasada temporada, contra la Real Sociedad, que no iba con ilusión al estadio del RCD Espanyol. Todo lo vivido en las últimas semanas, por parte de todos los estamentos del club, había creado un microclima tan triste, que no incitaba al buen ánimo.
Intento ser optimista, y yo iba diciendo a mis amistades que nos íbamos a salvar seguro, pero siempre pensando por dentro el “ay, ay, ay”. Entiéndame, no me deprime un posible descenso, ya he vivido dos en mi etapa de socio perico, y sobrevivimos a los dos, y salimos fortalecidos. Pero nunca es plato de buen gusto el pasarse una, dos o tres temporadas sufriendo por los campos de la categoría de plata.
Por suerte, no sé si ha sido el nuevo entrenador, la tradicional ‘puesta de pilas’ de los jugadores ante un buen escaparate, el empuje de la afición, o todo junto, pero lo que se vivió en la noche del 4 de enero en el RCDE Stadium fue muy especial. El equipo luchó, plantó cara al líder, dio una buena imagen y, por una vez, hubo justicia y conseguimos un punto que no palia nuestra desastrosa clasificación, pero que reconforta un montón.
Cuando Wu Lei marcó sentí una paz interior y un bienestar de esos que te hacen entender porque pasas frío o calor a lo largo de diecinueve partidos ligueros, en un asiento incómodo, mientras tu equipo acostumbra a oscilar entre la mediocridad y lo aburrido. Por momentos como ese, por demostrar que el Espanyol es el garante de la pluralidad del fútbol catalán ante un imperio económico como el Barça, vale la pena tener un carnet blanquiazul en el bolsillo. Por eso y porque ser perico es difícil de explicar, y o se es, o no lo entiendes.
Nos vamos a salvar, seguiremos en Primera, y el Barça seguirá sin detentar el monopolio del fútbol de elite catalán.
Sergio Fidalgo
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