La polémica vuelve a sacudir al Ayuntamiento de Barcelona. El escritor Ildefonso Falcones, conocido internacionalmente por éxitos como ‘La catedral del mar’, ha denunciado públicamente que el consistorio le ha excluido de la lista de autores invitados a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México), donde Barcelona es la ciudad invitada de honor. Según Falcones, el veto responde a motivos ideológicos: por ser católico y crítico con el independentismo.
La denuncia es grave. No hablamos de un autor menor ni de un escritor desconocido. Falcones es uno de los novelistas españoles más leídos en el mundo, con millones de ejemplares vendidos y traducciones a decenas de idiomas. Su ausencia en una feria de esta magnitud, que debería mostrar la riqueza y pluralidad de la literatura barcelonesa, resulta incomprensible si no es por motivos políticos o sectarios.
El alcalde Jaume Collboni, del PSC, aparece señalado directamente por esta decisión. Bajo su mandato, el Ayuntamiento debería haber garantizado que la delegación cultural fuera diversa y representativa, no una selección filtrada por afinidades ideológicas. Van 69 escritores y Falcones es excluido por motivos políticos. La cultura, precisamente, solo es auténtica cuando se expresa desde la pluralidad y no cuando se reduce a un escaparate afín al poder.
El propio Falcones lo ha sugerido: se le aparta por ser católico, liberal y por su oposición al separatismo catalán. Si eso es cierto, estaríamos ante una discriminación ideológica intolerable en democracia. Barcelona presume de ser una ciudad abierta, moderna y cosmopolita, pero con este tipo de vetos políticos demuestra una imagen mezquina y provinciana.
Lo más preocupante es que esta exclusión confirma una tendencia cada vez más visible en la política cultural catalana: la de convertir la cultura en un arma identitaria, en lugar de un espacio de encuentro. En lugar de invitar a voces diversas, se prefiere construir un escaparate homogéneo, cómodo para el discurso oficial, aunque empobrezca el panorama literario y dé una imagen sectaria en el extranjero.
Collboni tenía la oportunidad de marcar distancia respecto al independentismo y sus métodos de exclusión, pero al contrario, parece haber caído en la misma lógica de división. Al permitir o promover el veto a un autor de la talla de Falcones, el alcalde socialista demuestra que su proyecto cultural es tan partidista como el que en teoría venía a superar.
La Feria de Guadalajara era una ocasión única para mostrar al mundo la riqueza cultural de Barcelona, una ciudad que ha sido cruce de caminos y laboratorio creativo. Sin embargo, con decisiones como esta, lo que se exporta es una ciudad fragmentada, donde no todos los escritores tienen cabida, solo los que pasan un filtro ideológico. Una imagen que perjudica no solo al Ayuntamiento, sino a la ciudad entera.
La exclusión de Ildefonso Falcones es un síntoma del mal que corroe a Barcelona: el sectarismo político disfrazado de gestión cultural. Y mientras Collboni insista en estas prácticas, Barcelona perderá la oportunidad de mostrarse al mundo como lo que siempre fue: una capital literaria abierta, plural y universal, no un escenario al servicio de intereses partidistas.
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