El 1879 el Imperio Británico tenía una guerra abierta con el pueblo zulú, que habitaba el territorio de Natal en Suráfrica. Los ingleses estaban convencidos de su victoria final sobre los zulúes, porque tenían la fuerza del ejército de Su Majestad y el reconocimiento de la comunidad internacional. Pero los zulúes tenían dos cosas que los convertían en un enemigo temible: eran muy numerosos en su territorio y estaban muy organizados, porque eran la única tribu africana que tenía encuadrados a sus guerreros en regimientos, que mandados sus respectivos jefes, operaban coordinadamente en el campo de batalla.
En una ocasión cuando un numeroso ejército zulú atacó a una guarnición inglesa, los soldados británicos se quedaron estupefactos cuando vieron que los zulúes, en vez de cargar contra ellos, detenían su avance poniéndose a merced de los disparos de sus fusiles, y cuando habían matado a unos cuantos, el resto se retiraba.
Los confiados ingleses, siguiendo la lógica militar europea, consideraban alegremente que una retirada del enemigo suponía una victoria, pero mientras estaban festejando su éxito, un boer les dijo que guardasen sus gritos de júbilo, porque no se habían percatado que mientras estaba matando a esos zulúes, un grupo de sus jefes apostados en la cima de una colina, estaban contando sus fusiles. El boer replicó que el jefe de los zulúes estaba dispuesto a sacrificar unos cuantos guerreros, para comprobar la potencia de fuego de los británicos, y de esa forma planificar el segundo ataque, que esta vez sería demoledor y definitivo.
Los británicos se sentían personas civilizadas y a los zulúes los consideraban como simples salvajes. Siempre he sido de la convicción de que hay dos tipos de políticos: los «civilizados», que cumplen la legalidad y aceptan las reglas del juego democrático, y los «salvajes» que hacen lo que sea con el único objetivo de perpetuarse en el poder. Para definir a éstos últimos podríamos poner los ejemplos de Nicolás Maduro o Tayyip Erdogan. Pero aquí en Cataluña tenemos una subespecie de políticos que yo denomino «asilvestrados», porque si bien en su día eran respetuosos con la Constitución y con el ordenamiento jurídico, después de treinta años haciendo lo que les ha dado la gana, se han dedicado a crear estructuras de Estado en Cataluña, avanzando hacia la independencia definitiva, y ahora no hay quien les ponga en vereda, porque como ya han manifestado en boca de su presidente Carles Puigdemont, no va a aceptar ninguna inhabilitación, venga de donde venga.
La historia nos da sus lecciones, pero el problema es que muchas veces no sabemos interpretarlas. Lo que aconteció en las llanuras de Natal, es lo mismo que que ocurrió en Cataluña durante la consulta del 9 de noviembre de 2014, cuando la Generalitat para comprobar la capacidad de respuesta del Estado español, organizó una consulta ilegal, que como consecuencia por la gravedad de los hechos, se saldó con unas penas ridículas de inhabilitaciones de entre uno a dos años, y multas exigiuas de entre 24.000€ y 36.000€, para Artur Mas, Juana Ortega, Irene Rigau y Joaquim Homs. Sólo matizar que por fumar en un bar la multa puede llegar a los 10.000€, y al dueño de un local que permita el consumo de alcohol a un menor, se le puede sancionar con 600.000€. Si las sanciones son la respuesta de la Ley a los hechos punibles, da la sensación que al sistema judicial español le preocupa más que un menor consuma alcohol en un bar, que Cataluña se escinda de España.
Pues al igual que los generales zulúes, los gobernantes de la Generalitat de Cataluña ya comprobaron la capacidad de respuesta de Estado tras el 9-N, y ahora nos anuncian un nuevo ataque señalado para el próximo 1 de octubre, que esta vez va en serio.
Los zulúes aprendieron las tácticas militares de su rey Shaka Zulú, que entre otras cosas los adiestró en lo que él denominaba «la embestida del búfalo», que consistía en desplegar a su ejército con los guerreros dispuestos en el centro, con un flanco derecho y otro izquierdo. La táctica consistía -como hace el búfalo- en golpear con la frente, y luego los cuernos completaban el ataque inmovilizando al enemigo, cuando era atacado simultáneamente por la derecha y por la izquierda.
Los planes del Gobierno de la Generalitat son bastante parecidos, porque si el primer golpe lo da la frente del búfalo, que es la proclamación de la independencia en una sesión ordinaria del Parlament de Cataluña, automáticamente vendrá la cornada derecha, que sera la proclamación de la República Catalana, y luego la cornada izquierda, que será la promulgación de la Constitución Catalana. Si esto llega a ocurrir, y todos los indicios apuntan por ese sentido, el Estado español puede quedar inmovilizado, como los enemigos de los zulúes. Porque la proclamación de la República convierte lo que es un asunto interno español, en un conflicto internacional entre dos Estados soberanos, y porque la nueva Constitución catalana consigue que la Constitución Española pierda a priori su competencia territorial en Cataluña. Resulta evidente que si no se puede aplicar en Cataluña la Constitución francesa o la portuguesa, tampoco se podría aplicar la española.
Como ocurrió en Natal, ahora estamos en una guerra en la que los fusiles y las lanzas, han sido sustituidos por los Tribunales y la movilización social. La batalla de los Tribunales lógicamente la tenemos ganada, porque parece inconcebible que los Jueces del Tribunal Constitucional aboguen por el suicidio de España, pero la batalla de la calle hasta ahora la están ganando los separatistas, con grandes manifestaciones que se han organizado sobre todo en Barcelona. Por este motivo la batalla contra el separatismo se debe de ganar numéricamente con la presencia social.
Los ingleses siempre convencidos de su victoria, nunca se plantearon superar en número a los zulúes, que a su vez estaban envalentonados porque eran numéricamente muy superiores. El Estado debería de dejar de depositar su confianza únicamente en la Ley, y empezar a movilizar al pueblo español para derrotar popularmente a los separatistas.
El pasado 31 de julio un centenar de miembros de la CUP, que se estaban manifestando delante del cuartel de la Guardia Civil de la travesera de Gracia de Barcelona, se vieron abrumadoramente superados por una contramanifestación a favor del benemérito cuerpo. Ante el bochorno de ver apagadas sus consignas por los gritos de sus rivales y el ridículo por su reducido número, optaron por abandonar su protesta a los escasos veinte minutos de haberla convocado.
Los zulúes y los ingleses sabían perfectamente que cuando se dispone un gran ejército frente a otro ejércto más pequeño, y éste abandona el campo de batalla, la victoria era para el que permanecía en su puesto. Lo que ocurrió en la travesera de Gracia fue una pequeña victoria, que supuso el preludio de la gran victoria final del pueblo catalán, contra los que nos quieren arrebatar nuestra libertad.
Puedes colaborar con elCatalán.es para que siga con su labor de defender la Cataluña real, la Cataluña que quiere formar parte de una España democrática, participando en la campaña de crowdfunding, aquí tienes los detalles. O comprando el libro ‘La Cataluña que queremos’. Aquí, más información.
no recibe subvenciones de la Generalitat de Catalunya.
Si quieres leer nuestras noticias necesitamos tu apoyo.