Pau Guix nació en Barcelona en 1971. Licenciado en Historia del Arte (Universidad de Barcelona), Máster en Gestión Cultural (Universitat Oberta de Catalunya y Universitat de Girona), Máster en Producción (Line Producer) y Máster en Film Business (ambos en la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña ESCAC). Director escénico y jefe de producción de ópera y teatro. Realizador de cortometrajes y videocreaciones. Socio fundador de Sociedad Civil Catalana y de Plataforma por Tabarnia. Miembro de CLAC (Centro Libre de Arte y Cultura). Ha presentado la sección Opera is cool en la radio CoolturaFM. Miembro del Consejo de Administración del ICUB (Instituto de Cultura de Barcelona) de 2015 a 2017. Autor del libro El hijo de la africana (Ediciones Hildy, 2018).(foto: Cristina Casanova). Acaba de publicar ‘El nacionalismo es el mal’ (Ediciones Hildy) y pueden comprar el libro en Amazon, en este enlace.
¿Por qué ha publicado El nacionalismo es el mal?
No por ganas, como usted bien sabe, querido director, sino por compromiso con la resistencia al nacionalismo. Tenemos la obligación de combatir aquello que consideramos moral o éticamente reprobable si queremos acabar con esa lacra maligna que es el nacionalismo. Tanto con este libro como con todos los demás libros de los combatientes contra el nacionalismo (que, por fortuna, cada día son más) lo único que se pretende es, a parte de dejar constancia documental, transmitir ideas, nociones y argumentos que permitan a la gente conocer, explicar, rechazar y superar el mal nacionalista.
¿No exagera diciendo que “es el mal”?
Algo que es objetivamente contrario al bien como concepto absoluto, algo que destruye la sociedad en la que se produce, algo que rompe amistades, familias y trabajos, algo que trata de eliminar una lengua ─la española─ por motivos ideológicos, algo que atenta contra el bien común y los principios más básicos de la democracia, algo que destruye la libertad y la igualdad, algo que convierte la educación en adoctrinamiento y la cultura en propaganda, algo que reduce nuestro estado del bienestar, algo que perturba tan profundamente la paz social y la democracia, no me diga que no lo considera usted también el mal.
¿Cuál es la tesis principal de su libro?
Ni más ni menos que la defensa de los valores constitucionales que garantiza la nación española, la defensa de la libertad y de la igualdad entre todos los españoles, valores que el nacionalismo necesita destruir para lograr sus abyectos fines geopolíticos, totalitarios y secesionistas.
¿Por qué escogió a Alejo Vidal-Quadras, JM Nieto, Pedro Insua y Nicolás Redondo Terreros como prologuistas?
Primero de todo, por su calidad excepcional de análisis y de reflexión; en segundo término, porque dos de ellos son conservadores y los otros dos progresistas, lo que escenifica perfectamente que la lucha contra el nacionalismo no es una cuestión de eje izquierda/derecha sino de democracia/dictadura y de libertad/totalitarismo; en tercer lugar porque, con excepción de JM Nieto, los otros tres prologuistas son personas que han sufrido el nacionalismo en su propia tierra (Galicia, Vascongadas y Cataluña) y, por la fuerza centrífuga de dichos nacionalismos, nos hemos encontrado todos en Madrid; y finalmente porque los amigos jamás eluden un compromiso como supone la lucha firme y sin ambages contra el nacionalismo. A todos ellos les agradezco profundamente la sabiduría que han aportado a este libro.
¿Y cómo engañó a Nieto para que le cediera una portada tan maravillosa?
La verdad es que le pedí un prólogo y en un día me envió el prólogo y una portada de regalo… jajaja… además relacionada no solo con el contenido de mis artículos sino con su propio prólogo. Nieto no sólo es uno de los grandes humoristas gráficos de nuestro país sino que, además, en ABC junto con su compañero Puebla, otro de los grandes, ambos han demostrado su compromiso de forma continuada en la lucha contra el nacionalseparatismo catalán, aun sin sufrirlo directamente, lo que les honra y algo que debemos agradecerles con todo el respeto y el cariño que podamos darles. De las pocas cosas buenas ─sino la única─ que nos ha deparado la lucha contra el Leviatán nacionalista, me gustaría destacar la siguiente: la amistad surgida con personas que jamás nos habríamos encontrado y conocido en una situación de normalidad democrática.
No diré que es un exiliado, porque Madrid es tan nuestra como Barcelona, pero le pido que relate su marcha forzosa a la capital…
El que discrepa en cualquier régimen totalitario y despótico, como es sin duda el nacionalseparatismo catalán, cae rápidamente en muerte civil, máxime si el oficio que ejerce está relacionado con algún ámbito el cual es estratégico para los espurios intereses de los nacionalistas. Como podrá comprender, la cultura no es sólo estratégica sino una de las dos columnas sobre las que se asienta su movimiento nacional: la educación es adoctrinamiento y la cultura es propaganda. Cuando la educación vuelva a educar en valores y no en ideas y cuando la cultura vuelva a tratar de las personas y de la sociedad y no de la transmisión de mensajes y consignas, entonces podremos decir claramente que al fin habremos superado el nacionalismo.
¿Puede contar a nuestros lectores su anécdota, por definirla de alguna manera, con un grupo de actores separatistas a los que dirigió en una obra teatral de Agatha Christie en Barcelona?
Pues es un claro ejemplo del señalamiento al discrepante y de expulsión de la tribu. En 2017, en pleno butifarrèndum de 1 de octubre, se me ocurrió decirles a los actores que el grupo de WhatsApp de la obra era para eso, para hablar de la obra, no de cuestiones políticas ni religiosas, como les advertí al inicio de los ensayos. A pesar de ello, el grupo ese 1 de octubre fue un desfile de insultos a los miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, algo que traté de cortar recordando nuestro pacto inicial de no tratar cuestiones políticosociales, advertencia que no tuvo efecto alguno a excepción de dejar de hablar ellos en el grupo y de retirarme la palabra cuando fui al teatro a ver la obra y pasar notas de dirección cuatro días después.
Muchos de ellos me dieron la espalda, literalmente, repito, en un repulsivo acto de señalamiento y expulsión de la tribu, todo por discrepar de sus abducidas consideraciones amarillas, jaleadas y espoleadas bravamente esos días por TV3, Catalunya Ràdio y todos los fanzines y medios de comunicación subvencionados del régimen. El pensamiento único y la cultura, ergo la sumisión y la libertad, son siempre antitéticos, y en un régimen totalista como el del nacionalismo catalán el choque entre ambos términos es inevitable.
¿Cómo puede el constitucionalismo catalán ganar la batalla de las ideas al separatismo?
Lo mismo que con el alcohol: con una política de tolerancia cero con cualquier manifestación nacionalista. Hay que rechazar frontalmente su escola catalana, su monolingüismo, su supremacismo, su relato, su propaganda y su lenguaje propio (ese mismo lenguaje nacionalista que mimetizaba incluso Inés Arrimadas cuando era la líder de la oposición en Cataluña). Lo que está claro es que es no es más que una decisión personal que pueden tomar todas aquellas personas que han vivido 40 años bajo el apartheid nacionalista que creó el Muy Andorrable Jordi Pujol; pero, sin duda, esta decisión que muchos catalanes libres de nacionalismo ya han tomado no servirá de nada sin el apoyo del Estado y del resto de los españoles.
A su propaganda (hecha con dinero público) hay que combatirla con la pedagogía, pero ello cuesta muchos euros y el Estado, abducido por los pactos de Sánchez con los nacionalistas para garantizarse aunque solo sea un vuelo más en el Falcon, sigue ausente en Cataluña, esa región en donde no se cumplen las leyes ni las sentencias judiciales que no gustan a los próceres nacionalistas y que está cada día más cerca de ser la Venezuela del Mediterráneo que de ser lo que históricamente había sido, una región próspera, dinámica, bilingüe, industrializada, española, europeizada, cuna de cultura, libertades y savoir faire.
Usted, que no es nacionalista, habla de la nación española. ¿Cómo considera a Cataluña respecto a este término?
¿Por qué un ciudadano de una nación democrática, de libres e iguales (una verdadera nación, no una de ensoñación como la Reichpública catalana), no puede hablar y sentirse orgulloso de su propia nación y de los símbolos nacionales que comparte con el resto de los ciudadanos (y sin que además nos tachen de fachas a cada momento por ello)? Lo contrario a este espíritu supone una anomalía democrática. España es una nación desde hace muchos siglos y esta realidad, esta unión, nos ha reportado grandes logros, desde ser uno de los faros culturales del mundo en el s. XVI con el Siglo de Oro hasta que nuestra lengua actualmente sea la segunda en importancia de todo el orbe o el tener uno de los mejores sistemas de protección social que existe.
Cataluña no es un país, ni tampoco una nación sin Estado, ni ninguna otra forma política que manifieste la titularidad o posesión de una entidad nacional. Y ni lo ha sido ni lo será jamás, porque Cataluña es esencialmente una región española, desde hace muchísimos siglos, en la cual la mayoría de sus habitantes comparten y disfrutan de un conjunto de valores o bienes culturales acumulados por una larga tradición, un acervo común, inseparable por fronteras ficticias en mentes malevolentes hacia nuestra historia nacional, que es única y compartida.
¿Cómo podemos acabar con su hegemonía económica, política y social?
Nosotros, los ciudadanos (y aún menos los afectados) no somos quienes tenemos las herramientas ni el poder para ello, esa lucha es una obligación irrenunciable de los partidos de ámbito nacional. Para acabar con los nacionalismos en España, son imprescindibles tres cosas: 1) que los grandes partidos nacionales jamás vuelvan a pactar con ningún partido o grupúsculo nacionalista ni a depender de uno solo de sus votos; 2) la creación de un gran pacto constitucionalista entre todos los grandes partidos de ámbito nacional para blindar los grandes pactos de Estado contra los chantajes de los partidos minoritarios nacionalistas en materias tan importantes como la educación, la lengua, la seguridad, la sanidad, la política exterior y la financiación, que son las que al final definen y protegen a una nación como tal; y 3) en relación con el apartado anterior, revisar el actual modelo autonómico y deshacer ciertas cesiones de competencias que jamás deberían haberse dado en pago a los nacionalistas ─por pactos de presupuestos o por alargar legislaturas─ como la educación, la seguridad, la sanidad y la cultura, que deberían estar indiscutiblemente en manos de la Administración central del Estado. En definitiva, más España y menos taifas.
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