Pere Aragonès no da la talla. Su problema no es de estatura física si no de capacidad política. Lo que inicialmente fue interpretado, por algunos analistas, como un golpe de autoridad presidencial, al cesar a Jordi Puigneró, se ha convertido en un espejismo.
Muchos sospechan que fue una maniobra orquestada por un Oriol Junqueras que, confiando en la supuesta ‘responsabilidad política’ de los postconvergentes y los emolumentos de sus cargos de confianza, obligaría a Junts a seguir en el Govern de la Generalitat. No ha sido así y ahora a Pere Aragonès le tiemblan las piernas. Percibe en su cogote el aliento agresivo de un Oriol Junqueras encolerizado exigiéndole intransigencia con los constitucionalistas, indicándole el camino a seguir.
Desbordado por su responsabilidad como presidente, y acobardado por el marcaje de los suyos, Pere Aragonès se ha encerrado en la ‘habitación del pánico’. Ahí aguarda que algo, o alguien, encuentre una salida justificada para sus angustias. No lo tiene fácil. Con treinta tres diputados no se puede gobernar, a no ser que, lo que se pretenda, sea dilatar por intereses partidistas la situación creada hasta las elecciones municipales.
Lo dicho. ERC tiene un doble problema: Pere Aragonès no da la talla y Oriol Junqueras, cada día que pasa, se asemeja más a una Laura Borràs intentando marcar perfil en el seno de su partido. Le pueden los celos.
Pues bien, todo este cosmos secesionista tan cainita y pendenciero aun no ha interiorizado que muchos ciudadanos catalanes ya estamos hartos de sus miserias. Y, si por ventura, o mamoneo en el debate presupuestario, se perdieran los tres mil millones de euros que andan por ahí volando, caerían chuzos de punta. No esta el patio del país para tirar el dinero.
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