A corto plazo el constitucionalismo catalán ha sido totalmente derrotado. Tras la aprobación de los presupuestos de la Generalidad gracias a los votos del PSC y los comunes, el separatismo y sus compañeros de viaje van a mantener todas las posiciones que han ganado durante el ‘procés’. No hay alternativa al control total que ejercen los independentistas sobre las instituciones, las universidades, la educación, los colegios profesionales, los medios de comunicación y la sociedad civil.
En las próximas elecciones municipales veremos pactos a docenas entre ERC, Junts, PSC, CUP y comunes alrededor de todo el territorio catalán. Lo que han hecho los socialistas tanto en el Congreso — indultos, sedición, Tribunal de Cuentas — o en el Parlament — presupuestos — no ha sido “fragmentar” al separatismo, sino eliminar cualquier alternativa posible. Sin la izquierda es imposible vencer en las urnas y en la sociedad civil al nacionalismo, y los dos grandes partidos que la representan en Cataluña — socialistas y comunes — han decidido colaborar con parte del independentismo en vez de colaborar en crear una auténtica alternativa al tribalismo nacionalista.
Hemos perdido. Hay que tenerlo claro. Lo que nos queda es comenzar a trabajar para poder, al menos, plantar cara y abrir nuevos frentes en el futuro. Hemos de comenzar a trabajar para poner el contador a cero y en quince o veinte años comenzar a recoger los frutos. El nacionalismo del “hoy paciencia y mañana independencia” nos lleva 43 años de ventaja ante los errores y renuncias de parte del constitucionalismo — el centro-derecha — y la rendición del resto — la izquierda –.
De entrada, hemos de conseguir que, aunque la prácticamente totalidad de las alcaldías catalanas vayan a ser separatistas o de sus aliados, haya el máximo de representación de aquellos partidos (PP, CS, Valents y VOX) que han demostrado en los últimos años que sí quieren plantar cara al independentismo. No es lo mismo que en un pleno municipal haya concejales que protesten si la bandera nacional no está en el edificio consistorial o si se vota una moción en contra del Jefe del Estado, que si no los hay. Y ojalá otras formaciones como dCIDE o AIRE puedan ir creciendo.
No es lo mismo que haya concejales que puedan defender a los votantes constitucionalistas de un municipio, que el pleno municipal, sin discrepancias, puedan atacar a la lengua española, insultar a la democracia española o repartir — por unanimidad — los fondos públicos entre asociaciones cuya labor es seguir extendiendo el independentismo como si fuera una mancha de aceite. Hay que apoyar a estos cuatro partidos para que, juntos o por separado, consigan el máximo de representación en los ayuntamientos.
También hemos de fortalecer las pocas asociaciones, la mayoría de ellas luchando con pocos medios y nulo apoyo institucional, para que poco a poco podamos contar con un tejido social que sirva de sostén a las demandas de los catalanes que no somos separatistas. Nuestra red asociativa es escasa y débil, y no puede competir con la tupida telaraña con la que cuenta el separatismo.
Sin olvidar, porque no decirlo, a los pocos medios de comunicación que plantamos cara, con diarios digitales o editando libros. Está bien que grandes medios nacionales nos presten atención y apoyen al constitucionalismo y su papel es fundamental, pero también hay que tener medios locales que desmonten las mentiras del independentismo.
Está claro que no podemos contar no solo con los que domina el separatismo, tampoco con los “transversales” que acaban, por conveniencia política o económica, acomodándose a la línea política marcada desde la Generalidad o los grandes municipios. El dinero público es demasiado importante en la crisis económica en la que la prensa anda instalada desde hace quince años.
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Rendirse no es una opción si queremos seguir siendo ciudadanos libres en una tierra en el que el supremacismo independentista es omnimpresente. Los que nos llaman “ñordos” o “colonos” y quieren desterrar al español como lengua de uso social van ganando. Y vencerán del todo si no nos ponemos manos a la obra. Como no queremos ser como ellos, lo queremos hacer democráticamente, y como juegan con las cartas marcadas, el trabajo será más arduo. ¿Comenzamos?
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