Dicen que de todo se aprende y que no hay mal que por bien no venga, incluso de situaciones tan traumáticas como fueron los atentados terroristas de Barcelona y Cambrils del año 2017. Aunque para aprender y mejorar hace falta voluntad.
Mucho se ha escrito del Mosso d’Esquadra que neutralizó prácticamente solo el comando que intentó realizar una masacre en el paseo marítimo de Cambrils. El denominado “héroe de Cambrils” ha fascinado a la prensa con su hermetismo y se le han atribuido capacidades casi sobrehumanas. Desde la cómoda posición del sofá de casa y con la información y perspectiva de la distancia, todo el mundo se ha creído legitimado a opinar.
Pero ciertas informaciones iban dando pistas de una realidad muy diferente. Los sentimientos de culpa y el hecho de desvincularse totalmente de compañeros y allegados denotaban en nuestro héroe un sufrimiento de lo más mundano, que lo mantuvo apartado del servicio durante largo tiempo. No es cierto que estuviese tres años sin trabajar, de hecho, a los pocos meses del suceso traumático volvió a incorporarse en un grupo que tiene como función establecer contactos con asociaciones y entidades sociales (similar a las funciones realizadas antes del ataque terrorista) pero un nuevo incidente desafortunado acabó minándole la moral y creando inseguridades a un policía que debía de seguir llevando una pistola en el cinto.
Obviamente no se sufre el mismo impacto como receptor que como testigo de un atentado, por este motivo, el pesar y dolor dentro del pecho de los agentes actuantes contrarrestaban con las muestras de euforia de otros agentes llegados una vez atenuado el peligro, conscientes que la tragedia podría haber sido mucho mayor. De esta forma, cada uno de los policías que acudieron esa noche al paseo marítimo cuenta la película según sus vivencias – y como no hay mal que por bien no venga – algunos incluso sacaron pecho para recibir una medalla, con argumentos más parecidos a la novela del Conde de Montecristo que a una actuación policial. Así, ajenos al drama que sufrían los dos agentes víctimas del atentado, se empezaron a repartir condecoraciones por un trabajo ciertamente bien hecho, aunque algunas de ellas forjadas entre despachos y otras sin más valor que un punto y medio en el expediente profesional y una insignia para colgarse en el uniforme de boy scout. Nuestro héroe ni siquiera acudió a recoger su merecido reconocimiento. Otra señal más.
Existen importantes estudios científicos como el realizado por Puelles Casenave (2009) donde se alerta que la carga emotiva que tienen que soportar los policías en sucesos catastróficos y de emergencias masivas pueden dejar importantes secuelas, como trastornos de estrés postraumático, depresión, trastorno de ansiedad generalizado y agorafobia; que contrasta con otros estudios como el realizado por la Asociación de Ayuda a Víctimas del 11-M donde tres años después de los atentados de Madrid, el 34% de las víctimas seguían padeciendo estrés postraumático, el 24% depresión, el 20,7% agorafobia y el 12,4% ansiedad.
Sorprende por tanto, que a personas preparadas como los magistrados que instruyen la causa penal les falten requisitos para dar a estos agentes la condición de testigos protegidos y que otras administraciones no se hayan puesto decididamente en marcha para proteger y dar descanso a dos agentes que han cumplido más que de sobras con el compromiso de servicio que suscribieron con la sociedad, si con ello se les ayuda a superar sus heridas.
Porque ser un héroe no debería ser un castigo.
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