Catedrático en derecho internacional privado y expresidente de Sociedad Civil Catalana, Rafael Arenas (Vegarrozadas, 1967) lleva once años escribiendo sobre el conflicto catalán en el blog El jardín de las hipótesis inconclusas. En esta conversación con nuestro diario, Arenas denuncia tanto la vulneración de derechos básicos por parte de los nacionalistas como la indiferencia con que, en ocasiones, reacciona Cataluña y el resto de España.
Tras la deriva secesionista de los últimos años, algunas voces han criticado la esencia antidemocrática del nacionalismo. En su opinión, ¿son compatibles nacionalismo y democracia?
No puedo hablar del nacionalismo en general porque no soy estudioso de ciencia política y el asunto cae fuera de mi competencia. Pero sí puedo hablar de las manifestaciones del nacionalismo que hemos presenciado en Cataluña, que son claramente antidemocráticas. Yo no llego a identificar —y si existe es muy débil— un nacionalismo que sea democrático. Y ejemplos no faltan. Fíjese, si no, en todo el asunto de la ocupación simbólica del espacio público. Eso es antidemocrático. Y yo no veo a los nacionalistas protestando por ello. En su opinión, no hay problema alguno en que edificios públicos como algunos ayuntamientos o la Generalitat trasladen una opinión de parte. O no veo a los nacionalistas quejándose de que los Mossos persigan a los que colocan banderas españolas pero no hagan lo mismo con los que colocan lazos amarillos. Tampoco veo que protesten porque en algunos ayuntamientos de Cataluña se haya prohibido a Ciudadanos hacer actos políticos. Asimismo, tampoco veo condenas rotundas por la manera en que se coarta la actuación de los jóvenes de S’ha Acabat o de partidos como Ciudadanos, PP y PSC. En definitiva, por lo que respecta a Cataluña, la manifestación del nacionalismo es antidemocrática. Sin ninguna duda.
El Parlament ha aprobado una moción que defiende el derecho a la autodeterminación. ¿Qué les diría a los catalanes que consideran que se trata de un derecho irrenunciable?
Sobre el derecho a la autodeterminación hay una grandísima confusión. Efectivamente, el derecho de libre determinación existe y se predica de todos los pueblos. Pero, ¿en qué consiste este derecho? En que todos los pueblos tienen derecho a participar en el gobierno de su país. Por tanto, en un país con un sistema democrático que no excluya a nadie de la toma de decisiones, ya se está ejerciendo este derecho. Esto por lo que respecta a la libre determinación interna, es decir, a la que afecta al interior del país.
En cuanto a la libre determinación externa, que se traduce en la secesión de una parte del territorio de un Estado, solo está legitimada en dos supuestos: en casos coloniales y en casos de ocupación militar. Y ninguno de ellos se aplica a Cataluña. Es más, conviene recordar que ni siquiera existe un derecho internacional a la autonomía: no atenta contra el derecho internacional público que un Estado, incluso con diferentes pueblos dentro, sea absolutamente centralizado. Resumiendo, desde el punto de vista del derecho internacional, nada legitima una posible secesión de Cataluña.
¿Y qué les diría a los que piensan que en España hay presos políticos?
Que presos políticos hubo durante tres días. Me refiero a los quitalazos que detuvieron y mantuvieron incomunicados hasta que los pusieron a disposición judicial. Esos sí que son presos políticos. Y es que esas personas estuvieron detenidas sin que nadie sepa a día de hoy la infracción penal que cometieron. Quitar o poner lazos puede ser una infracción administrativa, ¿pero penal? Asimismo, teniendo en cuenta el artículo de Torra en el que llamaba a luchar contra los que quitaban lazos, parece que la detención tuvo como fin amedrentar a los activistas que retiran estos símbolos. Es decir, una finalidad política. Por tanto, sí que hemos tenido presos políticos.
En cambio, lo que los nacionalistas llaman presos políticos no lo son. Yo publiqué un artículo titulado El señor Jordi Cuixart no es un preso político. ¿Por qué? Porque su detención no ha sido arbitraria, se ha basado en una acusación sobre un tipo penal concreto —el tipo penal de sedición/rebelión— y a partir de unos indicios que hacen pensar que la acusación tiene fumus o apariencia de verdad. Como esto es objetivo —recordemos que los señores Sánchez y Cuixart estaban animando la concentración ante la consejería de Hacienda el 20 de septiembre que acabó con que los que estaban dentro no pudieran salir—, la acusación de que son presos políticos no tiene ni pies ni cabeza. Es el típico victimismo independentista carente de razones. Lo mismo es predicable también del resto de presos separatistas.
La cámara catalana también ha aprobado por unanimidad una resolución que muestra su «preocupación por la normalización del racismo y la xenofobia». ¿Cómo se entiende, entonces, que hace un año se invistiese a un presidente que llamó “carroña” y “bestias taradas” a los catalanes castellanohablantes?
Por una parte, me parece muy bien que la cámara catalana apruebe esa resolución contra la xenofobia. Pero claro, que lo voten los nacionalistas, que son los de “España nos roba” y los que han construido una historia de Cataluña basada en el enfrentamiento con el resto de España, es un poco cínico. El caso es que todos los regímenes autoritarios son cínicos. No es infrecuente que acusen a los demás de lo que han hecho ellos como forma de defensa. Por ejemplo, y salvando las distancias, los militares que durante la Guerra Civil permanecieron fieles a la República fueron expulsados del ejército con el argumento, por parte del régimen de Franco, de que habían participado en una rebelión militar. ¡Y eso lo decía el régimen de Franco! Es de una gran ironía.
En este sentido —el de la acusación como forma de protección—, también es paradigmático el artículo de Torra que mencionaba antes que aseguraba que los quitalazos eran un ataque a la democracia, ya que en realidad lo que ocultaba era el ataque a la democracia que supone que las instituciones públicas utilicen lazos amarillos. Así pues, estas acciones no son más que una patada hacia delante: acuso a los otros de lo que hago yo.
Pedro Sánchez no dedicó a Cataluña ni una sola palabra en el discurso programático de su investidura fallida. ¿Cómo lo explica?
Ante un problema, hay dos formas de actuar: o lo resuelves o dices que no hay problema. Tanto este Gobierno como el anterior ha tenido la tentación de decir que no había problema alguno. Recuerde al anterior ministro, Méndez de Vigo, asegurando que no había adoctrinamiento en las escuelas catalanas. Sobre este punto, el PP y el PSOE se juntan en negar la evidencia. Y yo lo entiendo: lo que está ocurriendo en Cataluña es tan grave, sobre todo en lo que se refiere al déficit democrático que padecemos a consecuencia de la actuación del régimen nacionalista, que el asumirlo tiene unos costes enormes. Por ejemplo, si asumimos que hay adoctrinamiento, ¿qué tendría que hacer el Estado central? Si asumimos que se coartan las libertades civiles, ¿qué tendrían que hacer los partidos políticos? Si asumimos que no se cumple la normativa en materia del castellano en las escuelas, ¿qué tendría que hacer todo el mundo? Ante todo eso, es mejor decir que no pasa nada, como el niño que se tapa los ojos y piensa que los demás no le ven.
En general, la sociedad española pasa por una etapa de negación ante el conflicto catalán. Ni siquiera los hechos gravísimos de 2017 han conseguido que esa negación se despeje del todo. Tras la sacudida de aquel año, en la que todo el mundo se preguntaba qué estaba sucediendo, enseguida hemos vuelto a olvidarnos. Por tanto, lo que dijo Pedro Sánchez pudo ser calculado para no introducir en el debate un elemento que sabe que le perjudica o un elemento más de esa fase de negación. No me extrañaría que fuera lo segundo.
Por otra parte, Sánchez adujo que no podía gobernar en coalición con Podemos porque dudaba de que éstos le apoyasen en caso de tener que aplicar de nuevo el 155. ¿Hace bien Sánchez en desconfiar de Iglesias en el asunto catalán?
En mi opinión, es innegable que Podemos ha comprado el discurso nacionalista. Hubo, en los inicios de Podemos, una posibilidad de que mantuviera un discurso contrario a los nacionalismos. Pero eso se acabó. Se ha aliado en cada comunidad autónoma con los nacionalistas de ese territorio, que han terminado penetrando su estructura. Siendo así, los planteamientos de Podemos y sus distintas confluencias —en Cataluña, claramente— coinciden en gran medida con los planteamientos nacionalistas. Y es una pena que no haya una alternativa de izquierdas que no sea al mismo tiempo nacionalista. Pero, en la actualidad, mi desconfianza hacia Podemos sobre el asunto catalán es total y absoluta.
En los últimos tiempos, diversos dirigentes de Ciudadanos han abandonado la formación denunciando un giro a la derecha. ¿Cómo valora la evolución de este partido?
Yo lo veo desde fuera porque no he estado nunca vinculado al partido. Otra cosa es que mis planteamientos coinciden mucho con los de Ciudadanos. De hecho, en las elecciones de 2017, no tuve reparos en decir que iba a votarles. Es la única vez en mi vida que he dicho lo que voy a votar públicamente.
En cuanto a su evolución, yo siempre he coincidido al 90% en lo que se refiere al asunto nacionalista, pero también con gran parte de lo que planteaba el partido en política social. Luego, cuando mutó y eliminó la etiqueta socialdemócrata, seguía defendiendo propuestas muy interesantes en el plano económico como el complemento salarial. Además, era un partido cuya obligación parecía distinguirse por su racionalidad, por su rigor y por su capacidad para pactar con todos siempre que se respetaran sus planteamientos esenciales. Claro, el problema es que ese tipo de partido nunca gana las elecciones. Son formaciones que están siempre en el medio y que nunca llegan a liderar un Gobierno. Pero, a cambio, tienen la posibilidad de estar siempre en el Gobierno. Y, de esta forma, aportar equilibrio al Ejecutivo —papel antes reservado a los nacionalistas—.
Pero, en el momento en el que Cs pretende liderar la derecha, me interesa menos. En la derecha ya está el PP. Lo veo con una cierta decepción porque ese papel central de Cs ya no lo cubre nadie. Cs no tiene que competir con el PP y Vox, tiene que competir por el centro. Y para eso, los cordones sanitarios tienen que ser los mínimos, tanto a derecha como a izquierda.
Plataforma per la Llengua espió, con el conocimiento del Govern, a escolares de más de 50 centros públicos para comprobar si hablaban en catalán en el patio. ¿Qué nos dice este suceso de la Cataluña actual?
Nos dice, en primer lugar, la falta de valores democráticos de los que nos gobiernan. Porque esta maniobra iba dirigida a lanzar una campaña a favor de la inmersión en catalán y en contra del castellano. Pero dicha campaña se truncó en el momento que alguien les preguntó: ¿Cómo habéis obtenido los datos? No habían caído en algo tan elemental. Es evidente que para observar en un estudio a personas, y más si son menores, hay que obtener su consentimiento. Pero no habían caído en la cuenta porque se sienten los amos del corral. Esto me dice mucho de los gobernantes, que no son capaces de identificar derechos básicos, y de la sociedad española, cuya capacidad de escándalo es mínimo. Porque este asunto apenas ha ocasionado revuelo. ¿Recuerda, en comparación, la atención que se le prestó al caso de los másteres de la Universidad Rey Juan Carlos? Abría los telediarios. Y el caso de espionaje, siendo mucho más grave, no lo ha hecho.
El CEO indica que el apoyo a la independencia ha descendido hasta el 44%, pero que ERC ganaría las elecciones catalanas. ¿Debemos alegrarnos o preocuparnos por la salud del constitucionalismo?
Por lo que hemos de preocuparnos es por la salud de la sociedad catalana, porque una sociedad en la que hechos gravísimos de vulneración de derechos no causan casi estupor es una sociedad que tienen un problema de sensibilidad democrática. En cuanto a los datos que menciona, no me parecen especialmente significativos porque siempre varían y fluctúan. Sin embargo, lo hacen sobre una base que no cambia: que en Cataluña las vulneraciones de derechos nos dan igual.
Por Óscar Benítez
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