No es una frase hecha, si las autoridades sanitarias de Cataluña, o del Gobierno central se empeñan en cerrar la hostelería de Cataluña o seguir confinando Madrid no atajarán la pandemia mucho mejor de que lo hacían las medidas profilácticas que ya se estaban tomando, pero hundirán cientos de miles de negocios del sector más popular de España, la hostelería y el turismo. No se reducen sólo a la industria del entretenimiento, de bares, restaurantes y hoteles, sino a todos los sectores que están relacionados con el turismo internacional y la vida social de los españoles. Y sin ellos, cientos de miles de trabajadores se irán a la calle.
Diciembre está a la vuelta de la esquina, y los ERTE se evaporarán sin siquiera haberlos cobrado universalmente, el seguro de desempleo se irá consumiendo sin perspectivas de encontrar un nuevo trabajo, y la pandemia seguirá con o sin confinamientos. El drama que estamos a punto de sufrir será devastador, y el cierre de establecimientos por nuestras autoridades no salvarán más de un millón de personas que se quedarán en la calle con hipotecas a su cargo, con hijos a su cargo, y sin colchones económicos que se llevó la crisis anterior, o simplemente carecieron siempre de él por los sueldos de supervivencia que se han instalado sin que nadie rechiste no sea que se quede sin ellos. Una previsión de datos para este último cierre en Cataluña. La restauración dejará de ingresar 780 millones de euros, el 71% de sus beneficios anuales. El 18,7% de la pymes se han planteado cerrar definitivamente ante la crisis, y en el caso de bares y restaurantes el porcentaje alcanzará el 25%.
Esto no es una crisis como todas las anteriores, esto es un drama que traerá hambre, miseria y violencia. De algo habrán de vivir personas hasta ayer decentes que las circunstancias le obligarán a delinquir para salvar circunstancias extremas; mientras los enemigos profesionales de lo ajeno aprovecharán el rio revuelto para campar por sus respetos con total impunidad. En el propio gobierno populista encontrarán argumentario para legitimarlo.
Mientras tanto, el gobierno de la Generalidad dopa a la ciudadanía con la matraca de la mesa de diálogo, la amnistía para políticos delincuentes y las amenazas contra el Rey. El Gobierno central es aún peor, confinando Madrid para ajustar cuentas a una comunidad que no gobierna desde hace 30 años, proyectando cómo acabar con la separación de poder para poner a los jueces a su servicio y empecinándose en negar que vamos camino de los 60.000 muertos, pero contabilizando la mitad sin atisbo de enmienda.
En mitad de esta miseria moral, la sanidad catalana está dando una lección de profesionalidad y humanismo: ante el aumento de casos, ha interrumpido sus amenazas de huelga en reivindicación de sueldos dignos, volviendo al trabajo u redoblando los esfuerzos para salvar vidas a cambio de un sueldo miserable. ¿Se puede pagar hoy a un médico unos escasos mil euros y no sentirse avergonzado? ¿Es que para sacar un sueldo digno deben hacer cuatro y seis horas más, arriesgar sus vidas o acabar psíquicamente agotados? (Maestros y profesores podrían tomar nota).
Mientras esta casta de políticos de tres al cuarto siguen cobrando sus sueldos, millones de trabajadores pueden dejar de percibir el sustento de sus hijos por decisiones de quienes no tienen la vergüenza de poner los suyos a disposición de la comunidad. Decía Erich Hartman que “La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero no se matan”.
Podríamos decir algo muy parecido de nuestra casta política: “toman decisiones que mandan a la miseria a millones de personas, mientras ellos conservan sus sueldos intactos”. Les respetaría si sintieran en sus cuentas bancarias lo que provocan en las de la gente corriente y en la de las empresas que se las ven y se las desean para seguir abiertas.
Para más INRI, mientras cierran la hostelería por riesgo de contagio, los supermercados parecen las Ramblas de Barcelona y Amazón se forra convirtiendo millones de paquetes en una red invisible de transmisión. Bien está, ¿pero por qué los supermercados sí, y los restaurantes no? La respuesta es evidente, con los supermercados cerrados además de hundir económicamente más sectores, nos moriríamos de hambre. Incluido ellos, los políticos. Más les valdría irse preparando para evitar fiestorros en locales y casas particulares sin el control, que sí había en los locales hosteleros y de entretenimiento profesionales.
Es evidente que el virus mata, como necesario tomar precauciones y colaborar cívicamente para evitar los contagios, pero mientras la inmunidad de rebaño o la vacuna previsora lleguen, habremos de convivir con él. Como convivimos con la contaminación y las muertes de la carretera, el tabaco, o los accidentes laborales. Porque el derrumbamiento económico acabará produciendo más miedo y muerte que el propio virus.
Nunca debimos permitir más de 15 días del primer confinamiento. Pronto sabremos por qué.
Antonio Robles
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