Permítanme que les explique mi experiencia profesional en Cataluña usando para ello dos ejemplos sobre agentes diversos pero directamente implicados en una cultura antes dinámica y vanguardista pero cuyos cimientos han sido arrasados y demolidos bajo los auspicios del nacionalismo, en estrecha connivencia con el populismo de izquierdas ─de declarada querencia nacionalista─ que sufrimos en Cataluña.
1. LOS AGENTES CULTURALES
“Pau. Supongo que ayer te diste cuenta de que no nos saludamos. Me gustaría decirte un par de cosas. Primero, que considero que profesionalmente eres muy buen director, que has hecho un gran trabajo con nosotros y con la obra de teatro y estoy muy orgulloso. Pero a nivel personal cometí el error de leer una serie de tuits que has publicado, de los que no comparto ninguno, y hay uno que especialmente me afectó y me dolió muchísimo. Es por eso que he tomado la decisión de que, por favor, nuestra relación se limite básicamente al ámbito profesional. Al menos mientras estemos en estas etapas y épocas de incertidumbre, ¿de acuerdo? Es por eso que ayer decidí no saludarte. Eso sí, a nivel profesional me podrás pasar las notas que quieras y te las seguiré aceptando siempre, como ha sido hasta ahora, ¿de acuerdo? Solo quería decirte esto. Gracias. Espero que lo entiendas”.
Esta es la transcripción íntegra del mensaje de audio de 58 segundos que recibí por WhatsApp el 6 de octubre de 2017. Me lo envió uno de los actores de la obra de Agatha Christie que habíamos estrenado el mes anterior en un céntrico teatro de Barcelona y de la cual yo era el director. Pero permítanme que les ponga en antecedentes.
Ya sabrán que el director escénico, una vez estrenada la obra, su único trabajo es, personalmente o a través del ayudante de dirección, comprobar y controlar que la obra no se descomponga con el paso de los días y las funciones (por ello Albert Boadella dice que el teatro es como la mierda ya que se descompone cada día). Se realiza mediante una serie de notas que dirección toma durante la representación y que entrega a los actores antes de la función siguiente. Sencillo, ¿verdad? Y además forma parte del encanto de la manufactura tradicional de las artes escénicas y de mantener vivo ese gran ente mutante que es toda representación escénica desde los tiempos de la Tragedia Ática.
A ello fui el 5 de octubre de 2017. Vi la representación, sin avisar que iba, como he hecho siempre, y, al finalizar la función, me acerqué a los camerinos, empezando por el de los hombres, con el objetivo de saludar a los actores, a quienes no había visto desde hacía 10 días, y pasarles alguna nota que había tomado. Algunos me saludaron muy tímidamente (parece ser que ya se les había comunicado que yo era un feixiste peligroso), otros me dieron la espalda y el sujeto en cuestión (a quién no voy a señalar porque no somos como ellos) no me saludó, me dio la espalda y estuvo dos minutos lavándose las manos (raro es que no le provocara una psoriasis) con tal de no tener que dirigirse a mí… hasta el día siguiente en que me envió el mensaje de audio.
¿El motivo? Cinco días antes, el 1 de octubre, sufrimos en la región catalana un burdo intento populista, xenófobo, insolidario, demagógico y segregador en forma de referéndum ilegal de pa sucat amb oli, malversador y delictivo, un elemento catártico cuyo éxtasis fue la destrucción definitiva de la convivencia y la consiguiente fractura abisal de la sociedad catalana, hasta hoy.
Mi pecado capital fue comentar ese día en el grupo de WhatsApp de la obra, al recibir fotografías de las agresiones (que fueron todas demostradas como falsas pocos días después) e insultos hacia los agentes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (que estaban defendiendo la democracia y el orden constitucional ante la pasividad connivente de los Mossos de Trapero), que por favor no usaran el grupo para fines políticos y que si querían hablar de ello lo hicieran mediante comunicaciones interpersonales y que se atuvieran así a la norma que les exigí como director el primer día de ensayos: no hablar ni de política ni de religión (idea que extraje del mundo posthistórico de Fukuyama). Y este requerimiento tiene un sentido empresarial profundo ya que el teatro es una actividad económica como cualquier otra y ambos temas excluidos lo son en cuanto posibles elementos de confrontación directa ya que (afortunadamente) puede existir disparidad de criterio; y en una empresa temporal (como lo es todo espectáculo en vivo) no nos podemos permitir perder ni una sola jornada de trabajo por discrepancias que no tengan a ver con la obra en sí y poner en riesgo dicha producción, máxime en los tiempos de odio sectario que nos ha tocado vivir.
Por cierto, ADETCA, la patronal de los teatros catalanes, propuso (en connivencia con sus socios) el cierre de las salas teatrales y suspender todas las funciones de esa tarde mediante un escueto comunicado que emitió ese mismo día y que rezaba: “Los teatros de Cataluña suspenderán las funciones de hoy en condena de la indigna situación que vive nuestro país”. Ese día cerraron, entre otros, Teatre Lliure, Teatreneu, Teatre Tantarantana, Sant Andreu Teatre, Barts, Antic Teatre, Teatre Apolo, La Seca, Sala Atrium, Nau Ivanow, Teatre Victòria, Poliorama, Teatre Maldà, Teatre Beckett, Jove Teatre Regina, Teatre del Raval y los teatros del Grupo Focus como Teatre Goya, Teatre Romea, La Villarroel o Teatre Condal. Algo que demostraba, cómo no, una vez más, que la cultura en Cataluña ha estado, está y seguirá estando al servicio del poder separatista. No en vano, su posicionamiento y el hacer de vocero del nacionalismo en las últimas décadas, ha reportado pingües beneficios y ventajas competitivas absolutas a sus ejecutores frente a quienes no se doblegaban ante la sumisión de la cultura a la ideología; pero también respecto a compañías y teatros del resto de España que pretendan legítimamente hacer negocio en Cataluña, como antaño era habitual y estaba normalizado antes del apartheid lingüístico que impuso el Muy Andorrable Pujol.
Ese “espero que lo entiendas” es un resumen perfecto de la mentalidad supremacista que atesoran el nacionalismo y sus voceros: debes entender que las cosas son como son porque la tribu así lo ha decretado, sin más, y tú no eres nadie para cuestionarlo so pena de señalamiento e inmediata expulsión de dicha tribu (y del terruño si procede). Imagínense: alguien que lee mi timeline de Twitter y, sin intercambiar ningún tipo de argumento conmigo, simple y llanamente considera que soy un feixiste, una persona indigna de ser considerada como tal, todo por no pensar de la manera en la que él piensa (en 2021 aún no sé ni a qué tuit se refería y por el cual me retiró la palabra y me dio la espalda). Nada que conceptualmente difiera mucho respecto a lo que hacía el semanario Der Stürmer en aquellos tiempos infaustos de los nacionalismos europeos del siglo XX.
Volviendo de visitar la lujosa madriguera de Puigdemont en Waterloo con la comitiva de Tabarnia en 2018 (el ingenioso locutor Tomás Guasch lo definió perfectamente como “un encuentro al más bajo nivel”), al sufrir nuestro avión de vuelta más de 3h de retraso, se me ocurrió para aligerar el aburrimiento de dicha espera hacerle escuchar a Albert Boadella (a quien conozco bien y con quien he trabajado de ayudante) dicha grabación. Imagínense entrada ya la medianoche a Albert, aburrido, devorado por el abismo del incómodo asiento de plástico del aeropuerto, cogiendo mi móvil y escuchando el mensaje.
La primera reacción fue una mera curiosidad sosegada; pero a medida que avanzaba el mensaje se fue incorporando y ganando altura al respaldo hasta erguirse completamente mientras su rostro mutaba de adormecimiento en incredulidad. Pocas cosas a estas alturas de la película deben sorprender ya al maestro Boadella, pero juraría que esta fue una de ellas ya que, justo al acabar la reproducción, me dijo: “Pero esto… esto lo tengo que sacar yo en una obra de teatro… este tipo es impresentable… y con qué tranquilidad pasmosa lo dice, igual de impasible que aquellos nazis que llevaban a los judíos a la cámara de gas al son de la marcha de Sigfrido”.
Pues queridísimo caricato, espero que algún día leas este artículo, dejes de lamentarte por la opresión que (erróneamente) creéis sufrir y “espero que lo entiendas”… o igual no, porque lo difícil es salir de una secta, no entrar en ella.
2. LOS POLÍTICOS Y LA CULTURA
“Hola a los dos. Insisto en que no deberíamos ir a los VIII Premios Gaudí. Es un aquelarre nacionalista donde, según sus propias bases (que os adjunto), se observa lo siguiente:
- El premio a mejor película catalana exige “cuota de catalanidad” en el apartado 2.b.
- No sólo exige cuota de “professionals catalans” (lo cual es relativamente lógico si es un premio de aquí) sino que exige “elements de catalanitat” como por ejemplo que se haya rodado “més del 50% en territori de parla catalana” (requisito nº16 del apartado 2.b.) o “temàtica catalana” (requisito nº17 del apartado 2.b.) lo cual hace de un lenguaje artístico universal una pantomima localista y transmisora del movimiento nacional separatista también conocido como prusés.
- Lo peor con diferencia es el apartado 2.c. donde textualmente se excluye al cine catalán hecho en lengua española, negando así la realidad social, cultural y lingüística de nuestra comunidad autónoma. Textualmente dice este apartado, REQUISITS ESPECÍFICS I EXCEPCIONS, en cuanto a Premio a Mejor Película: “Només podrán concórrer a aquest Premi les produccions en versió original catalana, segons qualificació oficial, sempre i quan les labials concordin amb la llengua d’aquesta versió original”. [Nota aclaratoria: que la película haya sido rodada en catalán y que el movimiento de los labios de los actores se corresponda con dicha lengua, para evitar que sea rodada en español y posteriormente doblada al catalán].
- En los premios de años anteriores, las películas españolas son consideradas como ajenas a lo catalán y aparecen en la categoría de película europea con la denominación “Pais: Espanya” junto a países como Dinamarca, Alemania, etc.
En definitiva, una película rodada íntegramente por profesionales catalanes pero en español (imaginaos una adaptación cinematográfica de La ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza o de La Catedral del Mar de Ildefonso Falcones), respetando su escritura original en lengua castellana, a pesar de transcurrir en Barcelona íntegramente, no podrá ser considerada para mejor película catalana por la discriminación lingüística que contienen las citadas bases.
Yo soy un disciplinado miembro del partido y del grupo municipal y si decidís que es necesario ir, vamos. Pero nuestra presencia allí se tomará como aceptación por parte de nuestro partido de esta política de exclusión cultural contra todo aquello español en Cataluña que el nacionalismo trata de imponernos y contra la cual luchamos.
Ya me diréis. Un saludo.”
Acaban de leer la copia íntegra del correo electrónico que envié a Carina Mejías y Paco Sierra, respectivamente presidente y portavoz del Grupo Municipal de Ciudadanos en el Ayuntamiento de Barcelona, de fecha 29 de enero de 2016, en mi función de asesor de cultura para dicho grupo y sus concejales, función que ejercí hasta mi abandono de dicha formación en julio de 2017 por su declarada voluntad de quierosercomoCiU y ocupar el espacio político de la centralidad catalana, espacio que, desde la primera época de Pujol, había ocupado Convergencia y que suponía el abandono tanto de la radicalidad democrática de la que Ciudadanos había hecho bandera como de la lucha sin cuartel contra el monstruo nacionalista.
Previamente, había insistido de palabra y reiteradamente sobre ello, con poco o ningún éxito. Por eso envié este e-mail, casi a la desesperada, antes de la gala. ¿Saben cuál fue la respuesta? Pues ninguna. Absolutamente nada de nada. Y jamás lo supe, el lunes posterior a la gala nada me dijeron cuando pregunté por última vez; y finalmente desistí.
Tanto a Carina Mejías como a otra concejal del grupo municipal que era la responsable de los temas culturales les gustaban más los focos que la lucha y la adulación que el pensamiento. La triste realidad es que al nacionalismo hay que combatirle todas y cada una de sus batallas, por pequeñas que sean, ya que los ciudadanos libres y que defienden la democracia liberal que existe en nuestro país, España, no deben, no pueden dar por perdida ni abandonar ninguna de estas ya que todas son estratégicas para derrotar al Leviatán nacionalista, ya sea la batalla de las ideas, la cultural, la del lenguaje, la de la propaganda o la de la educación
Entre los ciudadanos libres y ostentar el poder (a modo de pequeños e incompetentes sátrapas), Ciudadanos escogió lo segundo, sacrificando para ello cualquier atisbo de inteligencia y de voces críticas dentro de sus filas. Pero jamás consiguió el poder y en 2021 camina con paso raudo e inexorable hacia la extinción que han decretado en las urnas esos mismos ciudadanos a los que debería haber defendido.
El triste resultado final es que, en Cataluña, sea Ciudadanos o sea cual sea el partido constitucionalista (o supuestamente constitucionalista según el caso) que tenga representación autonómica, a los catalanes libres de nacionalismo nadie nos ha defendido ni nos defiende del arma de destrucción masiva en que la propaganda y el agitprop nacionalista han convertido a la cultura catalana, en otros tiempos brillante pero de la carrera del nacionalismo cansada y por quien ha caducado ya su vanguardismo.
Ya lo ven, no existe otra realidad, porque nadie nos ha defendido de verdad: ni la región de Cataluña ni la cultura que en ella se hace han practicado el gran reset que el prestigioso Richard Florida describe en su libro homónimo de 2010, ya que mientras sus ejecutores y sus comisarios sigan al frente de estas, su instrumentalización con fines identitarios propios del nation building habrá acabado con cualquier atisbo de esperanza de su modernización, de su capacidad de innovación, de su función social, de su desarrollo como motor económico y de la existencia tanto de la clase creativa como de las industrias culturales y creativas.
A MODO DE REFLEXIÓN
El hecho cultural identifica plenamente lo que sucede en el global de la sociedad catalana ya que una cultura siempre representa a la sociedad de la que proviene (y que la genera), aunque sea bajo ese dirigismo cultural monolingüístico de lazos y esteladas que la hace parcial, demodé, casposa, localista y, sobre todo, desafecta por una gran parte de la población que en cuanto catalanes nos sentimos plenamente españoles y que jamás vamos a renunciar a ello.
Que nadie se lleve a dudas: el nacionalismo catalán es un nacionalismo etnolingüístico en el que una lengua identifica al pueblo elegido y la otra identifica y segrega a los colonos invasores, creando para ello un apartheid lingüístico y cultural mediante una visible y descarada diglosia. La diglosia, a diferencia del bilingüismo, es la situación de convivencia de dos lenguas en un mismo territorio, pero con la particularidad que una de ellas goza de prestigio o privilegios sociales y políticos superiores frente a la otra, que es relegada a las situaciones socialmente inferiores de la oralidad, la vida familiar y el folklore, quedando expulsada del ámbito institucional y administrativo.
Ya se pueden imaginar qué rol se le asigna al catalán y cuál al español; y cómo, mediante la imposición del catalán como lengua única y eje donde gravita su discurso identitario de construcción nacional, lo único que se ha conseguido es crear una cultura dirigista y tutelada, cuasi áulica, una cultura monolingüe y excluyente al servicio de un fanatismo cuyo resultado ha sido el empobrecimiento de ambas lenguas y de todos los contenidos culturales.
Dos grandes profesionales catalanes describen a la perfección esta revolución de la Dinamarca del Sur, un cantante y un periodista, ambos muy destacados, cada uno en su campo. El irreductible Alfonso de Vilallonga, en su canción El lamento de los burgueses oprimidos, define a los miembros de la burguesía catalana que, incomprensiblemente, han amparado este ruinoso proceso (incluso en contra de sus propios intereses económicos) como “pijos medio incautos con síndrome de Estolcomo” y añade que “a pesar del enorme fraude todavía no despierta el rebaño escandinavo”. Idea que el irrepetible Albert Soler remató con su clarividente aseveración de que “nos cansamos de vivir bien” aunque matiza que ni él ni muchos otros nos hemos cansado, pero al parecer los separatistas sí. Ya saben, cuando el diablo no tiene qué hacer con el rabo mata moscas.
El historiador del arte Rudolf Wittkower y su mujer Margaret definieron a los artistas, en su memorable libro homónimo, como aquellos nacidos bajo el signo de Saturno. Pues pensando en la cultura que se hace en Cataluña y en la pléyade de artistas oficiales y oficialistas al servicio del régimen, como recoge Vilallonga en su canción, “no hay cosa más triste que los sábados en Saturno”.
Pau Guix (fotografia Cristina Casanova)
NOTA: En estos momentos de crisis y de hundimiento de publicidad, elCatalán.es necesita ayuda para poder seguir con nuestra labor de apoyo al constitucionalismo y de denuncia de los abusos secesionistas. Si pueden, sea 2, 5, 10, 20 euros o lo que deseen hagan un donativo aquí.
no recibe subvenciones de la Generalitat de Catalunya.
Si quieres leer nuestras noticias necesitamos tu apoyo.