Cataluña no es un territorio sojuzgado por una “monstruosa” España. En 2017, y desde hace más de cuarenta años, Cataluña vive un proceso iliberal homogéneo, calculado y previsible. Es iliberal porque ha sustituido la idea de libertad por el grito salvaje de la tribu en un sendero de destitución del orden constitucional español. Este cambio de orden está penetrado de un imperativo de falsedad radical al afirmar que Cataluña no encaja en La Constitución, para ello crean una tesis planteada en términos de escisión ontológica: Cataluña exige un nuevo encaje, ¡falso!, falso! El separatismo no pretende otro encaje que el de la separación, para ello quieren ahora que se indulte a la mentira de la actuación de los golpistas.
Es un fenómeno homogéneo, pues es el resultado de una delicada operación de guerra cultural contra lo español. Sí, desde la llegada de Pujol – el señor que hoy ampara “justicia” ética para él- el eufemismo del catalanismo ha ido creando una fina y sutil destrucción de los lazos de convivencia en Cataluña. Evocando que el catalanismo era una forma “diferente” de ser español, se escondía un afán claramente teleológico de impedir que los ciudadanos se sintieran doblemente españoles en Cataluña. Es un fenómeno de conflicto cultural que tomaba lo común como específico de Cataluña. La supuesta cultura catalana era puesta como superior y hegemónica sobre el resto de aparentes diversidades que allí coexistían. En Cataluña, se generó un marco mental que extendió los objetivos del Estado Nación del XIX, indicando que la Nación Catalana y su cultura eran, esencialmente, contrarios a lo español. La dogmática de la guerra cultural que el pujolismo inició contra lo español sirvió de marco mental “amable”, “aceptable” para los vecinos de Pedralbes y el resto de los catalanes y, por supuesto, de los españoles.
1978 impuso un sistema político que buscó armonizar los sentimientos particulares de los territorios; pero parece que, desde el pujolismo, se vio una ventana de oportunidad para gestionar las pulsiones disolventes de unos y llevar a Cataluña al paraíso de su independencia nacional. Los separatistas, los nacionalistas no quieren la paz cívica de la divergencia, pretenden la imposición de su voluntad frente al mal llamado “nacionalismo” español. La pedagogía del separatismo en los últimos veinte años ha consistido en introducir, paulatinamente, la inviabilidad del proyecto español, otra mentira más.
El nuevo gobierno de la Generalidad de Cataluña ha vuelto ha insistir en cuál es el fin del camino. Insuflados de un populismo iletrado y buscando un ordenamiento social y jurídico contrario a la convivencia, quieren ser Nación, Estado, Comunidad y todo ello lo hacen recordándonos que hay un detallado plan de volver a la ilegalidad, con un trumpismo catalán que desprecia la verdad, las instituciones y a sus ciudadanos. Puesto que parece irreversible frenar el indulto político que el gobierno de España pretende hacer, aunque sea reversible, no permitamos que se indulte a la mentira del nacionalismo y el separatismo de ERC, CUP, Junts y el equidistante PSC.
El identitarismo-separatista catalán busca segregar el demos y mienten en sus medios para conseguirlo. El imperativo moral, democrático y libre de todo ciudadano debe ser dudar de la mentira que la comunidad unitaria que pretende imponer el separatismo catalán. No quieren otra realidad política que no sea la independencia, sus mentiras – hoy sin castigo – no debe ser asumida. La libertad no es un algoritmo para el 2050. Eliminemos y defendamos la democracia del “deber ser”.
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