En la Cataluña actual, dominada institucionalmente por el nacionalismo pero no por la fuerza del número, en los últimos meses se está produciendo un problema alarmante, algo que definiré como la doble desafección.
Muchos catalanes que se sienten también plenamente españoles (la mayoría), debido al apartheid social, cultural, económico y lingüístico que se ha impuesto contra ellos desde la Generalitat y el Parlamento regional, poco a poco, han ido perdiendo apego hacia su propia tierra, hacia la lengua catalana y la cultura hecha en Cataluña hasta el extremo de la desafección. Este proceso es análogo a lo que le sucedió al personaje de la novela homónima de Prudenci Bertrana, Josafat, el simiesco campanero de la catedral de Gerona, que “poco a poco, a base de pegar golpes de sacudidores de polvo a las imágenes [religiosas], fue perdiéndoles el respeto”.
Son muchos los que han sentido ya desde hace tiempo esta primera desafección, en definitiva, una clara desafección hacia Cataluña y todo lo que es catalán ya que el nacionalismo lo ha identificado con su propia ideología, arrebatándole todos y cada uno de los valores sentimentales que atesora sobre su propia tierra y sus vivencias cualquier persona en cualquier parte del mundo. El nacionalismo catalán ha conseguido que algunos (bastantes, la verdad) incluso renuncien físicamente a su propia tierra, partiendo hacia otros confines de España, especialmente aquellos que están jubilados y aquellos que tienen hijos en edad escolar, para evitar el burdo y vomitivo adoctrinamiento de la escola catalana, el verdadero huevo de la serpiente nacionalista. Como caso paradigmático cito el caso de un matrimonio amigo, ambos funcionarios de la Generalitat que renunciaron a sus plazas y se fueron a vivir a Málaga para evitar que sus hijos, ambos en Primaria, tuvieran que vivir lo que nosotros hemos vivido y darles la oportunidad de realizarse en su etapa adulta en una vida plena, próspera y libre del totalismo nacionalista.
Pero existe una segunda desafección, mucho más reciente, e incluso peor que la primera. Los pactos históricos con los nacionalistas de los dos grandes partidos de ámbito nacional, PP y PSOE, a fin de obtener la aprobación de unos presupuestos y garantizar la gobernabilidad de España (con quienes la odian, algo del todo paradójico) ya habían hecho mella en la moral de los catalanes libres de nacionalismo. Pero la desaparición paulatina de las estructuras del Estado en Cataluña (en muchas poblaciones el único vestigio que queda es el buzón de correos y, para mayor inri, es amarillo) y los pactos y cesiones del gobierno de Sánchez con los partidos nacionalistas han acabado por minar completamente la moral de aquellos ciudadanos comprometidos que aún resistían contra el nacionalismo, y cuyo resultado es una terrible desafección con la idea de España.
Recientes e inexplicables artículos de Alejandro Tercero (Votaré sí en el referéndum, de 2 de julio) y de Félix Ovejero (Un niño de Biafra camino de desafección, de 7 de julio) citan claramente la desafección con España de sendos cronistas. Alejandro, Félix, con todo el cariño y respeto que os tengo, ¿de verdad creéis que esto ayuda en algo? Lo único que se logra es mostrar división y la asunción lúgubre de la derrota. No podemos tirar la toalla, no ya por nosotros mismos sino por todos nuestros conciudadanos a quienes no podemos abandonar, y mucho menos arrojarlos a las fauces del Leviatán nacionalista. Lo fácil es ponerse de rodillas, lo difícil mantenerse de pie, inmóvil como un escollo contra los vientos y la tormenta nacionalista, como Fiordiligi en la mozartiana ópera Così fan tutte. Lo contrario, arrodillarse, es dar fe notarial de la derrota de la democracia y de la libertad en esa parte de España que es y debe seguir siendo Cataluña.
Gran parte de la culpa de esta doble desafección es fruto de la quiebra de los movimientos asociativos y políticos catalanes de hechuras constitucionalistas. Entre ellos, los que más han influido en esta desafección, son Ciudadanos Cs y Sociedad Civil Catalana ya que han tenido los medios económicos y representativos para poder acabar con el apartheid nacionalista y los han desaprovechado vilmente. En el caso de Cs, dicho partido debería estar defendiéndonos del nacionalismo con uñas y dientes, para ello nacieron y por ello, en su momento, muchos militamos en sus filas con una ilusión y una esperanza que mutaron en fútiles y vanas. Lo han pagado en las urnas, sí, pero el daño está hecho y es irreparable.
Además, sus diezmadas huestes, en la tierra baldía de la cuasi no representación parlamentaria y consistorial, se dedican a repartirse, como si de un enjambre de buitres se tratara, las entrañas expuestas de su propio cuerpo muerto, labor que llevan a cabo junto con otros carroñeros de todo pelaje. En esta evisceración de los naranjas, el mediocre Carrizosa y la inerte Arrimadas, los mismos que quieren purgar a Ángeles Ribes en Lérida, luchadora tenaz e insobornable contra el delirio nacionalista a quien mando todo mi cariño y mi apoyo, han pergeñado la colocación como asesor del alcalde de Premià de Mar de Martí Pachamé, exdiputado autonómico de Cs, residente en Sant Cugat, con un sueldo bruto de 50.000€ anuales, mediante un acuerdo de presupuestos con el gobierno municipal de Premià formado por ese aglomerado de extrema derecha nacionalista que es Junts per Catalunya y PDeCAT, con la inestimable participación ejecutiva de la chacha del nacionalismo por excelencia, el PSC. Es decir, sálvese (el sueldo) quien pueda que esto se acaba y lo importante no es la lucha contra el nacionalismo sino vivir de ello (el tiempo que nos quede).
Miserias localistas aparte, es importante remarcar, a nivel nacional, que aquellos que no han sufrido los estragos del nacionalismo, aunque compartan y entiendan nuestro sufrimiento, al no haberlo vivido, lógicamente no pueden acabar de empatizar hasta las últimas consecuencias como sí hacemos los afectados (no es lo mismo vivir una guerra que ver por televisión la que acontece en un lugar remoto); y los que se marchan del telúrico terruño catalán, al respirar aires de libertad, se olvidan pronto del apartheid social, cultural, económico y lingüístico que aquí han vivido, como quien se despierta súbitamente de una pesadilla o de un terror nocturno que dejará atrás en menos 5 minutos. Por ello, como afirmo siempre, para evitar esa desafección con España, es del todo imprescindible la participación activa del resto de españoles en la lucha contra el apartheid nacionalista ya que los catalanes, por nosotros mismos, no seremos capaces de acabar con el monstruo, sin recursos, sin apoyos y con la inexcusable ausencia del Estado en estas tierras.
En 1972, el cineasta Luis Buñuel, grande entre los grandes, ganó el Óscar a mejor película extranjera por El discreto encanto de la burguesía (1972), una historia crítica con la clase alta y plagada de escenas surrealistas (¡quién mejor que él para ese cometido!). La quiso rodar en España, pero acabó siendo una producción francesa debido a la negativa de la censura franquista. En el film, Buñuel muestra a una clase burguesa que vive inmersa en el disfrute autocomplaciente de su propia condición, de la buena vida y de la buena mesa. Tal es así que la película se articula en una sucesión inacabable de acontecimientos que impide a sus protagonistas (encabezados por el gran Fernando Rey en su papel de Rafael Acosta, embajador de la imaginaria República de Miranda) el poder hacer la comida que tratan de llevar a cabo a lo largo de todo el metraje. La crítica hacia esa clase burguesa, que representan el matrimonio Thévenot, Rafael Acosta, el matrimonio Sénechal y la joven Florence, es ácida y mordaz. El genio de Calanda los retrata como corruptos (trafican con cocaína con la mafia marsellesa y además trafican con influencias), insensibles (se ríen del servicio y de sus subalternos), clasistas (se sienten superiores a cualquier trabajador), pagados de sí mismos e incapaces de trabajar (y mucho menos en nada honesto).
Buñuel tilda irónicamente a esa burguesía de poseer un encanto discreto ya que no tiene encanto alguno y, en verdad, es realmente una clase decadente repleta de zánganos que lo único que buscan es obtener su peix al cove, sus ingresos fáciles, sin importarles un rábano ni la sociedad ni el resto de sus miembros, algo que es directamente asimilable a día de hoy a la antes industriosa y dinámica burguesía catalana pero hoy inane en manos del nacionalismo.
Como esto siga así, esa burguesía catalana que, con su discreto encanto, ha sido y sigue siendo cómplice y colaboracionista del nacionalismo, más que suquet de peix u otras delicias culinarias propias de estas tierras, acabarán por comer ratas, como sucedió en el sitio de Gerona (así lo recoge Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales), al tiempo que sus activos desaparecen y sus empresas se deslocalizan, dejando en la miseria para varias generaciones a todos los catalanes indistintamente, ya sean separatistas u orgullosos españoles, con la excepción de los dirigentes nacionalistas que seguirán viviendo como Nicolae Ceaușescu y su familia, opulentos en una reichpública de miseria.
No tengan duda, el nacionalismo es el mal y Junqueras su profeta. Y mientras esto dure, la burguesía catalana, de discretísimo encanto, seguirá ejerciendo de adocenado monaguillo en la misa amarilla.
Pau Guix. 23 de julio de 2021 (foto de Cristina Casanova)
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