Prescribía Aristóteles que si en el desarrollo de tu pensamiento sobre un asunto determinado, partes de premisas falsas, toda tu argumentación nacerá viciada y por lo tanto tus conclusiones serán erróneas.
Me sorprende como en tertulias y debates, e incluso artículos de prensa de prestigiosos autores, algunas personas culpan a la Masonería y a otras sociedades secretas de todos los males que nos aquejan, como el separatismo, la inmigración descontrolada, la crisis económica, el empobrecimiento de la sociedad o la crisis de la Unión Europea, entre otras.
El problema de las sociedades secretas es que son tan secretas, que poco se sabe sobre ellas, y los que vierten sus opiniones en estos temas, lo hacen en función de lo que han oído decir a otros, o lo han leído en libros de dudosa procedencia, pero nunca nos aportan pruebas de sus afirmaciones.
En los siglos XVII y XVIII, la monarquía absoluta prohibía toda actividad política que se realizase fuera de la Corte real. Como los derechos de reunión y de asociación estaban prohibidos, los primeros racionalistas ilustrados que empezaron a difundir por Europa su pensamiento liberal, tuvieron que hacerlo a través de sociedades secretas, porque no existían los partidos políticos.
De esta forma nació la Masonería, que se reunía en logias secretas en las que se trasmitía el pensamiento de la Ilustración. En aquella época gran parte de los pensadores como Voltaire, Rousseau, Montesquieu y Franklin eran masones. Por ello la influencia de la masonería fue decisiva en la independencia de Estados Unidos y en la Revolución Francesa.
En la segunda mitad del siglo XIX, cuando se legalizan los partidos políticos liberales y conservadores, la Masonería perdió su importancia, por la sencilla razón de que dejó de ser necesaria, porque los partidos políticos se convirtieron como hoy en día, en vehículos idóneos para acceder al poder ejecutivo, al poder legislativo, y para hacer política en general.
De todas formas como suele suceder, por tradición las logias masónicas no se disolvieron, y con el paso de los años fueron paulatinamente perdiendo la influencia que le arrebataron los partidos políticos. Tan inexorable ha sido la decadencia de la Masonería, hasta el punto que en la actualidad en las logias se reúnen sólo algunos frikis, que ataviados con capas blancas realizan ritos iniciáticos totalmente irrelevantes. Pero el recuerdo secular de la Masonería pervive, y algunas personas persisten en darle una significación de la que carece.
Evidentemente si se afirma categóricamente que Trump, Obama, Putín, Rajoy, Macron, y casi todos los personajes relevantes de nuestro tiempo son masones -afirmación falsa carente de fundamento- se puede llegar a pensar que la Masonería lo domina todo, dictando nuestro futuro. Entramos aquí en lo que denomino «esquizofrenia política», que sufren algunas personas que tienen distorsionada la realidad de la sociedad en la que viven, viendo realidades que no existen, dándolas por ciertas e indiscutibles; pero además como ocurre con los esquizofrénicos, el pensamiento distorsionado va mutando por periodos.
Respecto a sociedades secretas que se suponen dominan el mundo, en la primera parte del franquismo eran los judíos, en el tardofranquismo la Masonería, a finales del siglo XX era la Trilateral, en la primera decena del siglo XXI el Club Bilderberg, y en la segunda decena de este siglo parece que la china le ha tocado al señor Soros, que en el pensamiento colectivo ya está apareciendo como el señor de Spectra, que acariciaba un gato de angora blanco en las películas de James Bond.
No niego que existan grupos de presión y personas poderosas, que se reúnan para influir en la política, en la economía y en la sociedad, pero lo que pongo en duda es la capacidad de influencia de estos grupos. Dentro de mi faceta de abogado y de historiador, me veo imposibilitado de lanzar afirmaciones taxativas sobre temas de los que carezco de pruebas. Desconozco si unos influyentes y misteriosos señores se reúnen para decidir sobre los destinos del mundo, pero si me he de preocupar de algo, tengo que reconocer que siento mucho más recelos de la federación de empresarios de la República Popular China, de la OPEP o del G12, que son los que cortan realmente el bacalao, que de cualquier masonería, club o asociación de conspiradores.
Creo que mi opinión sobre este tema, está bastante compartida entre personas dotadas de una cierta sensatez, por ello en una reunión de dirigentes políticos o económicos, jamás se me ocurriría intervenir diciendo que la Masonería controla nuestro futuro, a menos que quisiese que un reputado señor me dijese: quizás tendría Usted que abandonar esta reunión y acudir a Cuarto Milenio con el señor Iker Jiménez, que estará encantado de oír sus opiniones.
Juan Carlos Segura Just
Doctor en derecho
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