
El PSC es un partido que cometió muchos errores pactando con el separatismo durante los dos tripartitos que gobernaron Cataluña entre el 2003 y el 2010. Los socialistas cedieron a Esquerra Republicana áreas tan sensibles como los medios de comunicación y la enseñanza, y cometieron otras indignidades de diverso pelaje como ponerse al frente de la manifestación contra la sentencia del Tribunal Constitucional. Por cierto, más de un soc¡alista tuvo que salir por piernas ante la hostilidad del independentismo en esa concentración. Que no lo olviden.
Este aliarse con el enemigo ideológico motivó que Ciudadanos casi acabara con su hegemonía en el área metropolitana de Barcelona. Que Cs se convirtiera, de manera muy holgada, en la principal fuerza no independentista del Parlament en las elecciones autonómicas de 2015 y 2017, fue en buena medida por ese grave error, político, ideológico, moral y estratégico de los socialistas.
No se puede gobernar con los que quieren destruir el sistema político que uno defiende. Y menos aún cederle las áreas que crean pensamiento e ideología. Cuando estalló el ‘procés’ todas las contradicciones de los socialistas estallaron. Buena parte de sus cuadros se fueron a los partidos secesionistas y buena parte de sus votantes a Ciudadanos.
El PSC parecía que había aprendido de sus errores, y con el desgaste de Mariano Rajoy que Pedro Sánchez supo capitalizar, y con gestos como comenzar a mostrar la bandera de España en sus mitines, recuperó la hegemonía en el bando no separatista en Cataluña en las sucesivas elecciones generales, municipales y europeas.
Entonces llegó la moción de censura, y la cosa se relajó un poco tras recibir el apoyo de los partidos secesionistas. Y más tarde llegó la investidura, y se relajó más. Y comenzó, por parte de algunos sectores socialistas, el blanqueo de Esquerra Republicana y los gestos con sus aliados en el Govern, JxCAT. Hasta el ‘Le Pen’ español, con su lazo amarillo en la solapa, fue recibido por Sánchez.
Durante los meses previos al 1 de octubre, y los años posteriores, con la aplicación del 155 y el juicio del procés, los socialistas sufrieron ataques personales, vandalismo en las sedes, insultos desde los medios de comunicación públicos y privados, por parte del independentismo. Incluso su primer secretario, Miquel Iceta, en una votación de trámite fue vetado como senador de designación autonómica, lo que impidió su elección como presidente del Senado. Una humillación de las que el separatismo aplica a sus adversarios políticos, no importa la voluntad de pacto que estos demuestren.
Parecía que el PSC había aprendido algo tras su travesía del desierto. Pero no. El triste vodevil de Álex Pastor tras ser detenido tras saltarse el confinamiento y dimitir, ha puesto al partido de Iceta ante la prueba definitiva. Si los socialistas permiten que Dolors Sabater, la fanática que el propio PSC votó para echar de alcaldesa por poner el ayuntamiento de Badalona al servicio de la DUI y el 1 de octubre, vuelva a ser la primera edil de la cuarta ciudad de Cataluña, habrán demostrado que nunca serán de fiar.
Pactar con el separatismo, después de las agresiones, los insultos, el convertir TV3 en un pozo de propaganda, en convertir los ambulatorios y ayuntamientos en vertederos de plástico amarillo, es un grave error. Pero permitir que una fanática separatista como Sabater sea alcaldesa de una ciudad ampliamente constitucionalista como Badalona no es un error, es una indignidad. El PSC cometió ese error en el 2015, y tuvieron que votar una moción de censura en el 2018 para echarla.
Y muchos tomarán nota. Y muchos recordarán cada día cuál es el precio del PSC. Dieciocho meses al frente de una alcaldía.
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