Me gustaría ser fino y elegante, y estar a la misma altura que los guardiamarinas, los mandos, los guardias civiles y los voluntarios de TERVET (Tercio de Voluntarios de Infantería de Marina) que atendieron con educación y un respeto exquisito a los miles y miles de catalanes que estos días han visitado el Juan Sebastián Elcano, el buque escuela de la Armada, que ha recalado en Barcelona tras dieciocho años de ausencia.
Pero es que me pongo a pensar en la cara de Ada Colau, la alcaldesa que está empeñada en echar a las Fuerzas Armadas de la capital catalana, y en Pere Aragonès, el de “fuera las fuerzas de ocupación” y me sale lo peor de mí mismo. Y me encanta relamerme pensando en la bilis que deben supurar al ver como miles y miles catalanes han ido a visitar este navío, agotando las doce mil entradas disponibles y motivando a la Armada a ampliar los horarios de visita para los que no pudieron conseguir un ticket.
No debería recrearme en el dolor ajeno, y disfrutar sin más, pero es que tras recordar todas las mentiras y manipulaciones que separatistas y populistas han dicho sobre nuestro Ejército, un orgullo democrático de nuestro país, quiero dedicarle a Colau y Aragonès todo el placer que todos los visitantes del Elcano hemos sentido, simplemente para que … (escojan la expresión que sea más de su agrado).
Yo fui el viernes por la tarde, una tarde desapacible, lluviosa y con viento. Típico día para quedarse en casa con la estufa a tope y un café caliente en la mano. Pero no cabía un alfiler. La cola era considerable entre los que teníamos entradas, y varios centenares de catalanes, sin ticket, se acercaron ante el anuncio que se habían ampliado los horarios de visita.
Todos emocionados viendo ondear la gran bandera nacional que estaba en la popa del navío — para algo sirvió la brisa que azotaba nuestros rostros —, y todos disfrutando de cada detalle de la visita. La tripulación estaba muy atenta para explicar a los visitantes todos los pormenores del barco. Uno, que es torpe por naturaleza, intentó sobrevivir a las escalerillas y a todos los elementos de un navío, accesibles para un ser normal, llenas de dificultades para los que más que pies, tenemos zarpas.
Tras agotar la memoria del móvil a base de fotografías (vean en la parte superior de esta noticia una galería con algunas de ellas), y fijar en la memoria la belleza de un barco singular, historia viva de nuestro país, llegó el momento de visitar el puesto de venta de recuerdos. Estaba tan abarrotado como el navío, y las ansías de los barceloneses por mostrar su cariño a la tripulación había llevado a que buena parte del merchandising del Elcano volara. No quedaban ni gorras, apenas camisetas y otros objetos estaban a punto de agotarse. Y eso que todavía quedaba la jornada del sábado. Me comentaron los vendedores que habían traído mucho material, pero que el éxito de la demanda les había desbordado.
Queda claro. No pueden pasar otros dieciocho años hasta que vuelva el Elcano por Barcelona. Por mucho que diga la propaganda de Colau y Aragonès, en Cataluña se quiere a nuestras Fuerzas Armadas. Las colas en el Elcano así lo atestiguan. Que alguien en el Ministerio de Defensa tome nota.
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