El mundo está derrumbándose, o ya lo ha hecho, de eso no hay duda, las virtudes políticas han claudicado ante la inmoralidad que impera en la política y en la sociedad. Los principios mutan en función del beneficio propio, por mísero que sea. La excelencia, moral e intelectual, ha quedado relegada por la mediocridad sin rumbo ni esencia. Y en esta realidad sin falta de principios solamente puede ganar la deslealtad y la traición.
Últimamente estamos asistiendo a demasiados espectáculos que vienen a demostrar esas carencias políticas y morales, pero me voy a referir solamente a dos, como ejemplo de estos tiempos lúgubres. Por un lado, hace unos días Feijoo en un discurso, en Cataluña, utilizó varios conceptos que en sí mismos no son dañinos, o así lo aparentan, pero que puestos en acción son la semilla del mal. Feijoo habló de “nacionalidad catalana”, además se le cayó una “identidad” y una “cultura propia”, como elementos distintivos de las regiones españolas. La utilización de estos términos, tras la historia discurrida desde el siglo XIX, solamente indica que seguimos en los cauces del identitarismo regional como si fuera el único camino viable, el que silencia a la fiera que siempre está al acecho.
Esto muestra que seguimos jugando la partida con las reglas del juego del enemigo, el nacionalismo, incluso en su propio tablero que no sé si está inclinado o simplemente amañado. Conclusión: siempre vamos a perder, ¡siempre! No hay opciones de victoria ni las habrá, si jugamos la partida desde sus coordenadas. Todo -ismo identitario regional supone la exaltación de supuestas singularidades, algunas inventadas, otras deformadas, que van marcando las desigualdades entre españoles. Esto, sumado a los beneficios de unos cuantos por los chiringuitos identitarios y subvencionados, solamente lleva a la conversión de las Comunidades en reinos de taifas, a la división de los españoles. Mientras, los ciudadanos vemos cómo nuestros derechos se van pisoteando, poquito a poco, pero pisoteando, y nos obligan a aceptar que somos diferentes, cuando lo que queremos es ser iguales, en derechos, en libertades y en identidad con el resto de españoles. ¿Todavía no lo han entendido?
Por otra parte, he leído atónita que los premios princesa de Gerona se celebrarán en Barcelona. La misma razón del sinsentido, no despertar a la fiera separatista, que siempre acecha. Este hecho supone una claudicación por parte del Rey por no atreverse a presentarse en un territorio del Reino de España: Gerona. Supongo que está todo medido, puesto que todo paso adelante del separatismo nunca podrá ser recuperado. El espíritu de Álvarez de Castro ha desaparecido, pero lo que es mucho peor, nadie está dispuesto a defenderlo.
En estos tiempos desoladores, tanto el fomento de los identitarismos regionales como la claudicación ante las garras separatistas, supone una derrota. No puede ser visto de ninguna otra manera, aunque pretendan justificar con argumentos injustificables, en los que la simpleza suele ser el elemento cohesionador. Si las instituciones no defienden la libertad ni los derechos, si claudican aquellos que tienen la responsabilidad política y moral por miedo a molestar a la bestia, una bestia que siempre va a sacar los dientes, dispuesta a volar un Estado, como así lo hizo con el golpe de Estado, a través de un victimismo inagotable, ¿quién va a defender la patria?
La sociedad civil en Cataluña, mejor dicho, una parte de ella, ha demostrado su grandeza desde las trincheras, incansables, inagotables, sintiéndose con la responsabilidad moral de defender los derechos y las libertades de todos, pero estamos cansados de ser siempre los perdedores. Aquí seguiremos luchando por la defensa de unos principios, es una cuestión moral, pero nos lo están poniendo sumamente difícil. El trabajo de tantos años puede volar de un plumazo. Esperemos que algún día recuperemos la moralidad, política y social, sin identidades más allá que la de ser ciudadanos españoles.
Vera-Cruz Miranda
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