La festividad de san Jorge presenta unos rasgos de color y alegría totalmente necesarios en Cataluña. Las ciudades, especialmente Barcelona, vuelven a recuperar un cromatismo que se había perdido ante la oscuridad separatista que ha ocupado las calles desde hace ya décadas.
Los lazos entre san Jorge y Cataluña proceden de época medieval por ser el patrón protector de la Diputación del General desde sus inicios y oficialmente institucionalizado en tiempos de Juan II de Aragón, en pleno siglo XV. No obstante, como todo elemento histórico catalán, en tiempos del movimiento cultural de la Renaixença, dicha festividad adquirió, además, unos tintes que van más allá de una representación institucional, pasando sant Jordi a ocupar un lugar destacado dentro de la construcción nacional cultural catalana.
La nación catalana y la cultura son dos conceptos inseparables porque parte de la cimentación nacional, desde el siglo XIX, ha procedido de la cultura. Esta es la razón por la que todo aquello que pueda incluirse dentro de ese concepto: historia, lengua, tradiciones, literatura… se ha utilizado como herramienta perfecta para la edificación de un nuevo marco cultural que resulta necesario para poder justificar la existencia de esa supuesta nación catalana y, al mismo tiempo, sirve para crear un conjunto de nuevas o reinventadas tradiciones culturales y folklóricas lo más alejadas posibles del escenario hispánico, que es al que pertenecemos.
Se trata de construir un patrimonio catalán extraordinariamente singular, diferente de las costumbres, tradiciones y prácticas lingüísticas del resto de españoles, para conseguir la desafección y desapego hacia todo el sustrato cultural español y hacernos creer que es algo espontáneo y natural. Así, de esta manera, las generaciones formadas desde el pujolismo van sintiendo cada vez más extrañeza hacia todo lo español, a lo que se va añadiendo la barrera lingüística que pretende ser cada vez más acusada. Pero nada es espontáneo, puesto que han cumplido su objetivo: la creación de un nuevo marco mental cultural capaz de justificar la nación catalana.
Y en estas coordenadas de construcción nacional seguimos moviéndonos. Por eso, dentro de esta colorida fiesta catalana que llena las calles de rojo, pétalos y libros, donde todos los catalanes compartimos ilusión y alegría, donde parece que recuperamos la hermandad y podemos convivir en un mismo espacio, no debemos olvidar que también está presente el demonio de la imposición cultural y lingüística porque el separatismo nunca descansa. Entre carpas y carpas se pueden encontrar muchas que bajo el paraguas cultural y festivo siguen realizando su constante trabajo de secesión. Es fácil ver espacios ocupados por Omnium Cultural, Plataforma per la Llengua, Mantinc el català y demás asociaciones, subvencionadas, que buscan la imposición lingüística y cultural.
Y aquí se encuentra una clave importante en el proceso de construcción nacional catalana: la cultura. Porque, ¿quién se va a oponer a todo aquello que lleve un componente cultural? ¿Quién va a negarse a conocer una lengua? ¿Qué agresividad puede presentar algo cultural? En este mundo de complejos múltiples, de ignorancias varias, nadie va a atreverse a ir en contra de nada que lleve el calificativo de “cultura”, aunque no lo sea; de hecho, eso es una puerta siempre abierta para la obtención de subvenciones autonómicas, nacionales y europeas. Todo parece inocente y festivo. Nada parece agresivo.
Y en ese espacio cultural la lengua juega un papel determinante porque su imposición, mediante el victimismo, sirve para ir creando barreras de comunicación y culturales. No todas las lenguas han sido ni son vehículos de trasmisión cultural, puesto que, debido a su escaso vocabulario o a su pobre sintaxis, no permiten construir ideas complejas ni elaborar grandes pensamientos metafísicos. Muchas de ellas, en su mayoría minoritarias, han cumplido su principal función a la perfección: servir para la comunicación, sin esperar nada más de ellas. Muchas otras murieron, incluso siendo verdaderas lenguas de cultura. El latín murió y no se oyen los lamentos.
Pero en este mundo de chiringuitos lingüísticos, donde algunos bolsillos salen realmente beneficiados, resulta que toda lengua es cultura y si no posee un rico vocabulario ni complejas estructuras sintácticas, pues se lo inventan como ya hizo Pompeu Fabra y como siguen haciendo con el dinero de todos. Y así, bajo el paraguas de la cultura, se camuflan las verdaderas intenciones de las políticas lingüísticas que no son más que seguir con la construcción separatista y fomentar la fragmentación social a través de la imposición, la intolerancia y la persecución.
Y desde este ámbito de la cultura, que ocupa todos los espacios tanto políticos, económicos como sociales, y que parece totalmente inocente, se va avanzando cada día más hacia un nuevo marco mental cultural diferente al del resto de nuestros compatriotas con la finalidad de que, en breve, haya una distancia tal que nadie pueda tener argumentos para justificar la pertenencia a la cultura española. Siento oscurecer el colorido día de san Jorge, pero mientras una parte de los ciudadanos siguen buscando un libro adecuado o la rosa perfecta, otros, con el dinero de todos, siguen avanzando en la construcción de una república totalitaria.
no recibe subvenciones de la Generalitat de Catalunya.
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