Día de la ira, aquel día en que los siglos se reduzcan a ceniza, como testigos el Rey David y la Sibila.
¡Cuánto terror habrá en el futuro cuando el juez haya de venir a juzgar todo estrictamente!
Me disculparán la introducción, pero es que, durante la pasada noche electoral andaluza, no dejaba de resonar en mi cabeza este fragmento del Réquiem de Mozart. Como metáfora de lo que deberían reflexionar los mediocres gestores que han dirigido Ciudadanos en los últimos tiempos.
Todo el legado de años de un esfuerzo titánico, destinado a convertir en realidad un sueño de una opción política sin los lastres de todo tipo que arrastraban otras formaciones, y que pudiera ejercer de necesario fiel de balanza que equilibrara la gobernabilidad de España, reducido a cenizas.
Todos aquellos que vaticinábamos que los liberticidas cambios en los estatutos iban a propiciar una organización monolítica donde el que se mueva no sale en la foto, hemos sido testigos de un inmovilismo absoluto donde las responsabilidades siempre son de otros: En la debacle catalana, la culpa fue del tiempo y del Covid, que provocaron la abstención. No de un abandono de principios y funciones, de una estrategia calamitosa y de una campaña desastrosa. Y ahí están los responsables de pasar de 36 a 6 diputados. Mantenidos en sus sillones y ocupados en aniquilar política y socialmente a los disidentes.
Acto seguido, las mentes preclaras de la cúpula dirigente deciden embarcar al partido en una moción de censura justificada mediante excusas peregrinas y que desembocó, inevitablemente, en la expulsión del gobierno de Murcia y en la debacle madrileña. Extinción en la Asamblea, pasando de 26 a 0 diputados. ¿Asunción de responsabilidades? Ninguna.
Tercera catástrofe electoral, Castilla y León. De 13 diputados a 1.
Y la cuarta, que no será la última, abrasa a Ciudadanos en Andalucía y pierde todos sus representantes. De 21 diputados a la nada…
¿Y dónde estaba la presidenta del partido en todas estas derrotas? Pues fuera de la foto, obviamente. Dejando que se comieran el amargo fruto sus candidatos y evitando a toda costa que se la pueda identificar con el batacazo. Con la leche. Con el torrijazo.
La descomposición de Ciudadanos en los últimos años ha sido absoluta. Lejos de rearmar el proyecto ideológico volviendo a unas esencias que jamás debieron abandonarse, se ha fiado todo a una gestión comunicativa que saltaba de lo ridículo a lo desesperado. Lejos de amarrar a las personas solventes y con sentido crítico necesarias para recomponer la estructura territorial, se ha optado por hacerles la vida imposible para que se fueran, hastiados, o se les ha expulsado gracias a esa organización interna iliberal. Lejos de hacer autocrítica y reflexión, han seguido en una enloquecida huida hacia delante, que ha acabado con la poca credibilidad que se tenía.
Ciudadanos ha demostrado que no es un voto útil para solventar los graves problemas que arrastra España.
Y el juez que lo juzga todo estrictamente, el electorado, ha dictado sentencia. Se acabó. Entonemos el Réquiem.
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