La falta de libertades y, por tanto, la ausencia de democracia se sufre en Cataluña desde hace demasiado tiempo. Se producen constantemente acontecimientos que confirman y reconfirman esa ausencia, una ausencia permitida por todos los Gobiernos de España, de una manera u otra, ya sea a través del silencio, de mirar hacia otro lado, de ponerse de perfil o, como ocurre en la degeneración política actual, blanqueando un golpe de Estado, creyendo que de esa manera se pasa página rápidamente al procés.
Hace unos días, se volvió a ver otro episodio cargado de totalitarismo, la reacción intolerante y agresiva ante la presencia del Partido Popular en Vic, cuya pretensión no era más que responder a la prohibición de poner una carpa por parte del consistorio vigatano, en base a unos criterios muy poco democráticos. Una presencia que más allá de defender el derecho a la libertad y, por tanto, el pluralismo político, trata de hacer cotidiano el derecho de pasearse por las calles representando a los catalanes no separatistas, un acto que deberían permitir aquellos que se jactan de ser “tolerantes” y de practicar la política de las sonrisas.
La presencia de un partido constitucionalista por cualquier calle de Cataluña no debería ser motivo de agresión ni violencia ni debería ser un acto de valentía, como viene siendo costumbre. La presencia de cualquier representante político debería estar garantizada y, lo que es más importante, aceptada en un marco democrático real, porque nadie tiene legitimidad para hacer callar al de enfrente, como se le ha dejado hacer al separatismo.
La repetición de episodios como el ocurrido en Vic es una constante en el panorama político catalán. El separatismo impone su ley prohibiendo la presencia de todo aquel que piense diferente que, casualmente, son todos aquellos que defienden el respeto a la Constitución y a la ley como principios democráticos. Pero cuando no existe una democracia efectiva, como sucede en Cataluña, la defensa de los derechos y libertades se convierte en heroísmo.
Pero no queremos héroes, no vivimos en tiempos homéricos, queremos recuperar la normalidad de ocupar el espacio público, el de todos, como bien hizo el Partido Popular, capitaneado por el magnífico Alejandro Fernández. Una recuperación del espacio que no debe reducirse a pisar las calles de todos, sino que debe ampliarse a la recuperación del espacio ideológico, educativo y cultural, ese que tan bien nos robaron los separatistas y que nos dejamos robar en silencio, porque sin la recuperación de las estructuras que sostienen una sociedad, ninguna carpa resolverá la ausencia de democracia.
El camino por seguir es el de recomponer las estructuras que deben cimentar la sociedad catalana, los pilares en los que se debe sostener la convivencia para que pueda volver la democracia. Se trata de recuperar el espacio educativo, ocupado por el adoctrinamiento histórico, pero también folklórico, cultural e ideológico. Se trata de difundir un relato del pasado sin componentes añadidos solamente para justificar la construcción nacional, sin silencios ni tergiversaciones. Se trata de recuperar el escenario cultural, invadido por la supuesta cultura catalana, exclusiva y excluyente, pero artificial. Se trata de dejar de lado el supremacismo que llevamos adherido a nuestra condición regional, aunque seamos incapaces de verlo.
No solamente es necesario recuperar el espacio público, no, se trata de recuperar las estructuras culturales e ideológicas, libres de adoctrinamiento y nacionalismo, fundamentales para poder recuperar la libertad. Y esa recuperación trasciende del espacio político, ni derecha ni izquierda ni centro, la batalla cultural, educativa e ideológica deben darse desde el escenario de la verdad y, por tanto, la libertad. Todas las demás soluciones serán efímeras, puesto que después de tanto tiempo de destrucción, se ha de reconstruir la sociedad y la convivencia desde los cimientos.
Porque si la falta de libertades en Cataluña es de inmensa gravedad, es mucho peor la trasformación de nuestro marco cultural y mental para forjar nacionalismo, eso es muchísimo más peligroso.
Por ello, se hace del todo necesario y urgente dar la batalla cultural, educativa e ideológica como única solución para la recuperación de nuestras libertades y derechos en Cataluña, pero no todo el mundo está capacitado para ello. Se deben preparar las mejores huestes, los más capacitados para poder resistir los envites de diestra y siniestra y saber aguantar ante demasiados cantos de sirena.
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