La propuesta artística-bizarra de Ojete Calor merecía un mucho mejor escenario que La Farga de L’Hospitalet de Llobregat, ya que las más de dos mil personas que pagaron su entrada merecían un sonido digno, a la altura de la entrega de Carlos Areces y Aníbal Gómez. Entender lo que decían o cantaban se convertía, a menudo, en un ejercicio de paciencia gracias al ayuntamiento de esta ciudad.
Si montas unas ‘Fiestas de primavera’ con conciertos de pago has de estar a la altura. Los servicios de Cultura de L’Hospitalet no lo estuvieron y fue una vergüenza. Por suerte, los Ojete Calor lo dieron todo, y un público entregado, que se sabían a la perfección todas las letras, entonaron todas las canciones, una tras otra. Es lo bueno que tiene un grupo que quiere divertir y un público que quiere divertirse: no hay alcaldesa que se lo cargue.
Últimamente, los astros de la escena cómico/alternativa nos obsequian mostrándonos partes, habitualmente ocultas, de sus anatomías. Si el humorista Ignatius Farray lo enseña todo en los shows que organiza cada semana en el madrileño ‘Beer station’, a Carlos Areces le dio por lucir su tercer ojo ante la concurrencia, en un gesto muy celebrado por parte de la parroquia. Y Aníbal Gómez era pura pasión, gozando cada segundo del concierto.
Y es que tanto Areces como Aníbal demostraron que les gusta el proyecto de Ojete Calor, y que disfrutan tanto como su público. Los adalides del ‘subnopop’ entretenieron al público tanto con sus grandes éxitos, como con sus diálogos, muy al estilo de los míticos músicos aragoneses Los Gandules. Aunque el tono de ambos grupos es diferente, y también lo es su propuesta escénica – bizarra los Ojete, cutrismo ibérico el de los maños -, la diversión está asegurada en los dos casos.
La aparición del ‘gorila’ Melody, y la interpretación de un ‘medley bajonero’ – que incluía a Bertín Osborne, Enrique y Ana y la canción del barco de Chanquete – fueron dos de los momentos que enloquecieron a los fans. La mezcla de ‘cutrelux’, música bizarra, vestimenta inenarrable, diálogos dignos de figurar en el diario de sesiones de alguna cámara autonómica y una entrega absoluta a la diversión y a la arriesgada apuesta artística hacen que un concierto de Ojete Calor sea algo diferente. ¿Bueno o malo? Según gustos. Pero no deja indiferente y, por momentos, asombra.
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