Tabarnia tuvo hace cuatro años su momento de gloria dentro de la política catalana, como idea para aprovechar el lenguaje del adversario separatista para derrotarle conceptualmente, a partir de un posible referéndum de autodeterminación de la zona de Cataluña en la que el voto constitucionalista es mayoritario, en las coronas metropolitanas de Barcelona y Tarragona.
Aunque su gran éxito vino cuando parte del constitucionalismo desarrolló una Tabarnia festiva, con un ‘gobierno’ regional ‘tabarnés’ leal a España y refractario al independentismo, presidido por una de las bestias negras del nacionalismo catalán, Albert Boadella.
Recordemos como el dramaturgo se rodeó de un equipo de ‘fieles’, como su ministro de Deportes, el periodista Tomás Guasch. Los dos momentos culminantes de esta estrategia de reírse de los mantras separatistas fueron la manifestación ante el monumento en Barcelona al “patriota español” Rafael Casanova, celebrada el 4 de marzo y que reunió a unas veinte mil personas, y la visita de Boadella y su séquito a Carles Puigdemont en Waterloo (22 de marzo), al casoplón del prófugo ‘president’ que recibe el nombre rimbombante de “Casa de la República”.
Boadella se empeñó en llamar a “Carlitos” con un megáfono, pero el líder de Junts per Catalunya prefirió dar la callada por respuesta. Aunque solo fuera por estos dos momentos míticos, la idea de Tabarnia ya valió la pena, aunque fue mucho más, porque representó una esperanza para centenares de miles de catalanes.
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