La casa encendida es acaso la su obra más sugerente y mejor lograda del poeta granadino Luis Rosales, amigo de Federico García Lorca y a quien tan dolorosamente no pudo salvar de sus asesinos, hace ahora 81 años. Julián Marías admiraba su resignación alegre y melancólica, que él interpretaba como clave de su poesía y de su persona. El filósofo orteguiano se preguntaba qué era una casa y en qué consistía, y proponía una fórmula para fijar su vivencia: dentro pero abierto; una interioridad que cuenta con lo exterior.
En este libro de poemas, Rosales escribe: “estaba hablando para siempre, viviendo para siempre, ardiendo para siempre”. “Yo seguí contigo, y yo seguí callando entre la sombra”. “No lo olvides; la muerte no interrumpe nada”. Luis Rosales sostiene que el dolor, que es la ley de la gravedad del alma, “nos da la insatisfacción que es la fuerza con que el hombre se origina a sí mismo, y deja en nuestra carne la certidumbre de vivir”. La vida como un soñar, alcanzar que nadie viva con los ojos cerrados y puedan conocerse todos los hombres que han pisado la tierra.
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