En la delirante búsqueda de argumentos, el independentismo catalán ha encontrado unas recomendaciones anticolonialistas de Naciones Unidas promulgadas en 1966. Otra barbaridad más. Empezamos a estar abochornados por procesos de susto o muerte. Es triste.
Sin embargo ese año, 1966, nos trae a la memoria hechos más cercanos a nosotros. El proceso que el régimen franquista organizó, el referéndum de la Ley Orgánica del Estado, “Garantía de la paz, garantía del futuro”, según los cabalísticos eslóganes de la época.
Esta votación perseguía legitimar un cambio de ley interno, que no obedecía a la voluntad popular, si no a intereses endógenos generados por el propio sistema franquista. Eso sí, revestido por el esotérico marco legal de una cámara sin garantías democráticas, sólo por los intereses hegemónicos de las diferentes familias en el poder.
“Participación en el futuro de España”, “Patria, progreso, justicia, desarrollo, paz, concédeles tu sí”, “Asegura el presente, promete el futuro, ¡Vota sí a Franco, en el referéndum nacional 1966!”. Estas elegantes frases animaron a participar en un referéndum con censos oficiosos, sin garantías. Con ese aroma a unilateralidad de los chanchullos hechos en cuadrilla, sin consensos, ni pluralidad de partidos políticos. Sólo las fuerzas políticas del régimen y aledaños. Todo con una amenaza silenciada a los funcionarios, que no podían negarse directamente a ninguna gestión.
Como es evidente, no importaba el resultado, se sabía qué iba a pasar, desde el principio se suponían los datos. No importaban los comicios, ni los números, sólo la falsa legitimidad de la foto de las votaciones.
Naturalmente no hubo interventores plurales, tampoco Observadores Internacionales, ya que no se contaba con el apoyo de la comunidad internacional, sumada a la indiferencia europea. Una minoría controlaba los resortes de esa administración, que había sido, sutilmente, advertida.
La participación fue del 88% y el resultado de un 95% a favor del sí, anunciada por Fraga Iribarne; se conocían de antemano, en esa votación que era una ratonera. Se contó también con la colaboración y apoyo de voluntarios, afines al régimen. Todo muy mediático, que diríamos ahora.
Entre el 15 y el 16 de diciembre de 1966 se dispusieron de los resultados a medida, crónica de una farsa electoral anunciada. Un proceso que buscaba legitimidad, la lealtad a unas ideas minoritarias. No hubo coacciones manifiestas, sólo una sutileza dictatorial, que dio sus frutos. Una justificación endogámica de actos posteriores ya tramados, después consumados…
En este país la alargada sombra del franquismo aún se respira. Sea como odios larvados, sea como farsas electorales, sea como corrupción institucional, sea como 3% de rapiña gubernamental; tenemos una larga tradición en acallar voces discrepantes, en condicionar a los medios y comprar la prensa. Tristemente la herencia de Franco perdura en muchas cosas, en demasiadas, especialmente en los que se lucraron con su régimen y ahora reclaman la “voluntat d’un poble”.
Todo ello habría que recordarlo este próximo otoño en Cataluña.
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