
“Burda censura es la que ejerce TV3 cada día contra la mitad de Cataluña. Hasta tal punto que TV3 se ha convertido en una televisión residual, ya que solo la ven los adictos al régimen. Por eso, por moralidad democrática y presupuestaria: o TV3 es de todos o no es de nadie. Se cierra y ya está”.
Estas palabras son de Cayetana Álvarez de Toledo. Y estoy muy de acuerdo con su afirmación. O TV3 es de todos, o no es de nadie. Antes de cerrarla me gustaría pensar que todavía es «salvable», porque creo en la conveniencia que haya medios de comunicación públicos potentes y de calidad.
Pero creo poco en los Reyes Magos y en otras utopías secesionistas, y aunque querría ver a TV3 convertida en lo que nunca debería haber dejado de ser, si es que algún día lo fue, un medio público al servicio de toda la comunidad, y no una herramienta de ingeniería social y de propaganda, a estas alturas me cuesta pensar que su situación sea reconducible.
Pero lo que queda claro es que no se puede permitir que un medio de comunicación público, que pagamos todos los españoles, sea una herramienta de odio y de exclusión. No es admisible que millones de catalanes no solo no la vean, sino que se sientan insultados por sus contenidos.
Si Toni Soler, Pilar Rahola, Andreu Buenafuente (el productor de Preguntes Freqüents), Vicent Sanchis, David Bassa, entre otros, no quieren entender que TV3 no es un ‘juguetito’ suyo para hacer política, o para llevarse unos jugosos honorarios, sino que ha de ser un servicio público, habrá que plantearse que no es necesaria y que hay mejores maneras en los que gastarse los casi 300 millones de euros que nos cuesta a todos los ciudadanos españoles.
Toda la programación, desde la información meteorológica – con su famoso mapa del tiempo en los autodenominados Países Catalanes – hasta los espacios infantiles ha sido contaminada por la manipulación partidista.
Los políticos que gobiernan la Generalitat no han dejado un resquicio para el servicio público y han decidido que TV3 solo ha de ser una herramienta de «construcción nacional», que mantenga el «prietas las filas» a la causa procesista.
En España las televisiones públicas siempre han padecido el mal de las presiones del gobierno de turno, ni una cadena se ha librado. Pero lo de TV3 es mucho más siniestro: no se quiere beneficiar a unos políticos, se busca cambiar la forma de pensar de toda una sociedad.
En TV3 España es un país antipático, semidictatorial, atrasado del que conviene huir cuanto antes. La Cataluña «cívica», «festiva», «no violenta» y «democrática» que según ellos representa el proyecto secesionista ha de separarse de un Estado semi franquista que debería ser considerado como un país paria por la comunidad internacional. Este es el mensaje que cada día, a todas horas, con mayor o menor tacto o disimulo, se propaga desde sus programas.
Si los secesionistas quieren tener una televisión de este tipo, que roce el libelo, que se la paguen ellos. Que monten una cadena de pago tipo Netflix y que Pilar Rahola presente los telediarios y Toni Soler la información meteorológica. Pero que no sigan destrozando TV3. Porque si esta cadena no es de todos, no ha de ser de nadie.
Sergio Fidalgo
no recibe subvenciones de la Generalitat de Catalunya.
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