Clara Campoamor, por el Partido Radical, y Victoria Kent, por el Partido Radical Socialista, fueron las primeras diputadas españolas en las Cortes Constituyentes de 1931, acogiéndose a las modificaciones introducidas por el Decreto de 8 de mayo de aquel año que modificó varios artículos de la Ley Electoral de 1907, entre ellos el que establecía el sufragio pasivo de las mujeres: el derecho a ser elegible para cargos políticos, al mismo tiempo que reducía la edad exigida de 25 a 23 años, pero nada establecía sobre su derecho a votar en las elecciones, es decir, se olvidó del sufragio activo y dejó Al conjunto de la población femenina como ciudadanas de segunda clase.
Campoamor y Kent fueron pioneras y precursoras como representantes políticas: las dos únicas mujeres en una Cámara de 470 diputados. Pero si han quedado especialmente en la memoria colectiva de varias generaciones ha sido por el famoso debate que sostuvieron en las Cortes republicanas sobre la concesión del sufragio activo a las mujeres que, finalmente, fue incluido en la Constitución gracias a la denodada, vibrante, titánica defensa que hizo Clara Campoamor de este derecho en contra de los argumentos de la gran mayoría de diputados y en contra de lo manifestado por Victoria Kent que temía que la inmadurez política de la mujer española, influida por el clero y por los maridos de tendencia conservadora, inclinase el voto a la derecha del espectro político. Fue paradójico que Victoria Kent, convencida demócrata, feminista y socialista, se opusiera al voto femenino, aunque lo que realmente defendió fue la necesidad de aplazarlo a la espera de que las mujeres comprendieran y aceptaran la república y votaran con criterio suficiente. Para ella, convencida sufragista, debió ser desgarrador negar el voto femenino, pero mantuvo su criterio basado en la falta de formación y educación de la mujer y, sin duda, también en el criterio de su partido.
Clara Campoamor, por el contrario, se opuso a que la mujer española debiera esperar varios años para demostrar su capacidad. Defendió una y otra vez la igualdad de todos los seres humanos y mantuvo que unas cortes constituyentes de signo progresista y liberal no podían negar el voto a la mitad de la población española, independientemente del resultado que pudiera darse en unas futuras elecciones. Campoamor tuvo que luchar contra todos: los diputados de la izquierda, los de su propio partido y contra Victoria Kent, la otra mujer de la Cámara. La fuerza y la determinación de Clara Campoamor fue decisiva para que, por un apretado margen, saliera adelante el sufragio femenino: 161 votos a favor, 121 en contra y la ausencia de 188 diputados que abandonaron la Cámara antes de la votación.
En las elecciones de 1933 las urnas parecieron dar la razón a los que se opusieron al voto femenino, pero lo cierto es que las derechas, al contrario que en 1931, se presentaron unidas y ganaron. Naturalmente las izquierdas echaron la culpa de su derrota al voto femenino. Clara y Victoria perdieron su escaño, Victoria lo recuperó posteriormente, pero Clara no pudo volver a presentarse porque ningún partido la quiso en sus listas. El rechazo fue total y así lo explicó Campoamor en su libro Mi pecado mortal, el voto femenino, dolida por el repudio de los partidos que se consideraban progresistas y que la habían sometido a un aislamiento total. Campoamor procedía de una familia humilde y para cursar los estudios de Derecho, en una época en la que las mujeres no tenían acceso a las aulas, tuvo que esperarse hasta los 32 años. En el año 1936, salió de España para el exilio y nunca volvió a su país, murió en 1972 en Lausana.
La trayectoria de Victoria Kent fue diferente y no tan traumática como la de su rival en el hemiciclo ya que, además de recuperar su escaño, el gobierno presidido por Azaña la nombró Directora General de Prisiones, cargo en el que permaneció durante tres años y en el que logró humanizar y dignificar el sistema penitenciario: eliminó grilletes y cadenas, introdujo notables mejoras en la alimentación de los presos, autorizó la libertad de culto, amplió los permisos por razones familiares y hasta creó un cuerpo femenino de funcionarias de prisiones. En su haber también tiene ser la primera mujer que entró en el Colegio de Abogados de Madrid, abrir un bufete especializado en Derecho Laboral y ser la primera mujer que a nivel mundial ejerció como abogada ante un Tribunal Militar defendiendo a Álvaro de Albornoz, detenido como consecuencia de la Sublevación de Jaca, ganando la libertad para su defendido. Pero, al igual que Clara Campoamor, la guerra civil la mandó al exilio, de donde sólo regresó fugazmente en 1977, muriendo en Nueva York en 1987.
Campoamor y Kent fueron dos grandes mujeres que pagaron muy caro haber sido pioneras en política y en el mundo de la abogacía en una época en la que estas actividades estaban reservadas a los hombres. Clara será recordada siempre por su defensa del derecho de la mujer a participar en la vida política ejerciendo el derecho de voto. Y por haberlo conseguido casi en solitario, abandonada por su partido, enfrentada a la gran mayoría de diputados y debatiendo con Victoria en el hemiciclo, en donde la diputada malagueña cometió posiblemente un gran error al no alinearse con la otra diputada en la obtención del sufragio universal, lo que no puede hacer olvidar que Victoria Kent fue una gran luchadora por los derechos sociales de las clases trabajadoras. Ambas pagaron con el exilio, la soledad y hasta el olvido, el atrevimiento de haber sido mujeres con criterio propio, progresistas y feministas en una España dividida y enfrentada.
En el Día Internacional de la Mujer, que conmemora la lucha por la obtención de la igualdad de oportunidades con el hombre, tanto en la sociedad como en el desarrollo personal, hay que recordar a estas dos grandes mujeres que con sus actos y sus logros trascendieron a su época y al momento histórico tan difícil que vivieron. Las mujeres actuales les deben rendir un sentido tributo y tomar ejemplo de su capacidad, su lucha y su tenacidad.
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