Se cumplen ahora dos años desde que Pedro Sánchez se hizo por primera vez con la presidencia del gobierno de España. No creo que nadie, ni siquiera los fervorosos neosocialistas de misa y credo sanchista, crean que el segundo gobierno de Pedro Sánchez, este que preside desde hace cinco meses, pueda pasar a la historia. Salvo que sea por lo pronto y mal que se integrará en los anales de malos gobiernos de España. Lo tenía difícil con los apoyos parlamentarios pero se lo puso imposible él mismo. Fue justo cuando el presidente dio una cancha inmerecida a Pablo Iglesias, difusor de mal rollo con eficacia probada ya por entonces. Se apoyó para gobernar España en una suerte de gurú pijo y progre a la vez, algo pendenciero, adorado por los suyos y predicador de un comunismo trasnochado. Para que no quedaran dudas de su rara apuesta, se alió además con una serie de partidos nacionalistas, secesionistas recalcitrantes algunos de ellos.
Y Sánchez lo sabía porque así lo reconoció poco antes. Acomodó a su socio de ocasión en el gobierno con una vicepresidencia para lucirse y, sin embargo, Pablo se sirve de ella para liarla en su condición de ministro-activista trolero y provocador sin límites. Aun pisando moqueta y subidos en el BOE a todo gas, los gurús de la tribu morada -léase aquí familia y amiguetes- se dedican a lo suyo. Es decir, a la venta de motos sin ruedas para que el gran público pueda picar el anzuelo y creerse alguna de las milongas moradas. Y Sánchez asiente y consiente con toda esa venta chapucera. En las últimas meteduras de pata de este gobierno se han escrito feos capítulos con ataques al campo y a la agricultura, al turismo, a la justicia, a la policía, a la guardia civil y al sector de la automoción. Un récord de destrozos en algo más de cinco meses que se concreta en el envilecimiento de la vida parlamentaria que ahora vemos y promueve el propio gobierno, singularmente Iglesias.
Pese a la que está cayendo Pedro sigue arropando a Pablo cada noche. Es el mismo Sánchez, o eso parece, que aquel que nos juró que no dormiría bien con el líder podemita bajo el mismo techo monclovita. Raro este presidente que cree que puede pactar con Dios y con el diablo siempre que tenga velas compradas para pagar el peaje. Discutible este presidente que se lleva fatal con los hechos y su relato veraz, que hace de la mentira y de la inconsistencia su mejor estrategia. Malo este presidente que juega sin pudor con el equilibrio de poderes igual que lo haría un mico con dos pistolas. Peligroso este presidente que lleva a su país a una bronca permanente y que ha hecho bandera del ideario de Podemos.
Este inefable dúo de Pedro y Pablo es el que hace posible mostrar que hay dos, o quizá más, Españas dispuestas para la bronca. Feísimo asunto. Pero no podemos, no debemos, poner en un mismo plano de responsabilidad a unos y otros. Este sin dios que nos acecha lo ha traído este gobierno de diseño alocado y desempeño infernal. El cainismo incipiente y el embarramiento de la vida política y social ha sido llamado por el bronco estilo del podemismo que agita su odio, no ya de clase sino de serie, en la coctelera de las mentiras y bandazos del sanchismo. No es cosa de Ciudadanos, ni del PP, ni tampoco de Vox (atendidos los hechos) esta triste y bronca actividad parlamentaria y política que emponzoña toda la vida social. Cuesta y duele pensar en cuál será el precio de convivencia en paz que habrá que pagar por agotar esta legislatura. Tres años más a este ritmo no los aguantará ni Sánchez reinventado ni, desde luego, lo que va quedando de España.
José González. Periodista
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