En mi primer artículo admití que muchos independentistas catalanes actúan de buena fe, pero opiné que deberían saber que existe algo muy estudiado que es el “pensamiento de grupo” y que afecta a colectivos de características parecidísimas a las de sus compañeros de viaje; hoy voy a desarrollarlo un poco.
Empiezo por recordar también que en mi segundo artículo traté del sesgo de confirmación y que lo hice a nivel del individuo. Ahora me referiré a su dimensión social. Ocurre que las comunidades de creencias (más que de ideas, y ya expliqué por qué considero al independentismo entre ellas), tienden a facilitar la complacencia de sus miembros alrededor de las convicciones centrales de la comunidad de forma desproporcionada y, a la vez, a sobreprotegerles de las discrepancias que provengan de fuera de ella (en nuestro caso: de sectores catalanes no independentistas, o de otras partes de España o de la Unión Europea).
No solo eso; si se produce un desacuerdo interno, lo acallan rápidamente (en mi tierra, se han dado unos cuantos casos públicos y, en los ámbitos familiares y laborales, el silencio constituye la “solución” pactada más común para no pelearse, a veces se pacta sin hablarlo siquiera). De este modo, la mala praxis de higiene mental individual debida al sesgo de confirmación se reproduce también a nivel social, lógicamente con peores consecuencias. Pero, para algunos, los más torpes, los más abducidos, la impresión de (aparente) unanimidad que se logra es máxima… por lo que se quedan tan contentos…
Hay regodeo en esa complacencia y ausencia de toda crítica cuando determinados medios catalanes, en particular TV3, reproducen una y otra vez entrevistas en las que la gente de a pie sólo repite las ideas (ya convertidas en creencias exentas de todo argumento –verdadero o falso-) que en su momento escuchamos por vez primera de labios de líderes políticos o tertulianos de moda y, sin ningún pudor, las repiten como autómatas exactamente con las mismas palabras (hay muchísimos ejemplos, como lo de que “no se nos deja votar”, que “se nos pega por hacer cola para votar”, que “ya no es cuestión de independencia sino de democracia”, o que “ya no es cuestión de democracia en Cataluña sino en toda España”, o que “ahora ya es cuestión de supervivencia…”, o de que “se trata de presos políticos porque están detenidos exclusivamente por sus ideas”, o que “no fue posible la independencia por la inesperada, violenta, represión del Estado Español”, etc. etc.; la próxima –aún no ha empezado pero ya la veo venir- es que “esta Europa no es la que los europeos queremos”).
Algunas veces, es cierto, el medio público expone alguna opinión opuesta (posiblemente para que no se le pueda acusar de que no lo hace), pero es mínima, queda ridiculizada por alguna circunstancia adicional más o menos sibilina, o es expuesta en castellano (¡qué casualidad!). Mientras que en muchos debates televisivos varios independentistas discuten sobre meros matices, en pocos se invita a alguien no independentista, y cuando va discute con tres o cuatro que sí lo son, frecuentemente incluyendo al presentador, quien arbitra a su gusto las intervenciones y orienta eficazmente la últimas palabras a modo de conclusión (conclusión… no en cuanto fin de la sesión, sino como resolución a que se ha llegado).
En este asunto del pensamiento de grupo, o colectivo, puede que hasta se dé uno cuenta de que el grupo al que pertenece está derivando hacia posturas no totalmente coherentes o incluso no deseables, pero cuando una opinión está muy extendida, el individuo cree imposible cambiarla y se deja llevar por la masa de “colegas” que le envuelve como quien flota en el centro de la corriente de un río (“mainstreaming”, para los modernos). Tanto el individuo como el grupo se aferran a la información y a la opinión propias y rechazan las ajenas porque les resultan desagradables, o porque desconocen las fuentes, o porque las clasifican directamente como “ajenas”.
Me ahorraré muchas explicaciones si usted piensa en el independentismo catalán mientras lee con detenimiento la siguiente definición de “pensamiento de grupo” que hizo en 1972 (evidentemente sin pensar en Cataluña) el psicólogo Irving Janis: “Un modo de pensar en el que entran las personas cuando tienen una profunda implicación en un grupo cerrado y muy cohesionado, cuando los esfuerzos de los miembros por alcanzar la unanimidad anulan su motivación a calibrar con realismo otras maneras de actuar”.
Tampoco pensaba en Cataluña Kathryn Schulz cuando escribió en 2010 que: “Afecta sobre todo a comunidades homogéneas y unidas, demasiado aisladas de la crítica interna y externa y que se perciben a sí mismas como diferentes de los extraños o atacadas por ellos. Entre sus síntomas figuran la censura de la discrepancia, el rechazo o la racionalización de las críticas, la convicción de superioridad moral y la demonización de quienes sustentan creencias opuestas. Característicamente conduce a la evaluación incompleta o incorrecta de la información, a la falta de una consideración seria de otras posibles opciones, a la tendencia a tomar decisiones apresuradas y a la negativa a revisar o modificar esas decisiones una vez tomadas”. (Sin comentarios…; déjenme sólo añadir que hay dos cosas que lo agravan aún más: la atribución de virtudes excesivas al grupo y el rechazo a considerar las señales de alerta, de que algo va mal -en el “procés” emprendido, por ejemplo-).
Así las cosas, parece normal que las consecuencias del pensamiento de grupo sean catastróficas para la comunidad a la que dicen servir (Cataluña en este caso), y parece claro que la lealtad del movimiento independentista catalán se orienta sólo a sí mismo; eso sí: con manifiesta contumacia (según la RAE: tenacidad y dureza en mantener un error).
Y una vez más, se constata que el control de la población es una preocupación básica del poder y que, cuando no puede hacerse mediante la coacción descarada (ya no son tiempos), no queda más remedio que recurrir al control de la educación y de los medios de comunicación social para pastorear a la opinión pública y, a través de ella, al pensamiento (lo que el pueblo piensa y lo que el pueblo quiere)…; háblenme ahora del tan cacareado deber de los políticos de ser fieles a mandatos “genuinamente populares”…
La semana próxima, el artículo cuarto hablará sobre simplificación y credulidad.
Aquí le facilito, el enlace al segundo.
Un artículo de Ángel Mazo.
no recibe subvenciones de la Generalitat de Catalunya.
Si quieres leer nuestras noticias necesitamos tu apoyo.