1966. Un internado de Barcelona; uno de mis compañeros era separatista y del Real Madrid; ya, ya…, nadie lo entendía allí tampoco. Además era él algo irreverente y blasfemo; pero una noche, acabando un partido crucial que no iba nada bien, despareció del salón de televisión y fue sorprendido, a solas y a oscuras, solo ante el sagrario, de rodillas, brazos en cruz, rezando en voz alta por el gol que no acababa de llegar. Fue preciso el cura responsable de nosotros para sacarle de allí, y pudimos verle con los ojos llorosos.
La humanidad ha visto miles de años de progreso material y siglos de progreso intelectual…, pero apenas ha habido progreso emocional; nuestro comportamiento responde aún demasiado a impulsos más relacionados con los sentimientos que con los pensamientos (es por eso por lo que persiste tanto recurso a la violencia, por ejemplo). Deberíamos equilibrar mejor nuestras formas de sentir y de pensar, pues seremos animales irracionales más que hombres en la medida en que consintamos que nos dominen las emociones y no la razón.
En el prólogo de “Escucha España. Escucha Cataluña” sus autores (Borrell, de Carreras, López Burniol y Piqué) afirman pretender “aportar algo de luz cuando el ruido emocional tiende a oscurecer las mentes y a precipitar decisiones que sólo llevan a la frustración y al conflicto estéril (…) aportar serenidad (…) y rehacer puentes rotos con argumentos racionales (…)”. Perfecto principio de un libro que es mucho más que bueno y oportuno.
Las emociones, como las mentiras (post-verdades les llaman ahora), nos conducen cuesta abajo hacia las pasiones, las pasiones nos sacan de la realidad; fuera de ella no se diagnostica bien, así es imposible diseñar ninguna política en condiciones. Me resisto a ponerle a usted ejemplos (tiene muchos ya y no quiero aburrirle) de frases grandilocuentes, maximalistas, en que se cita la dignidad del pueblo catalán, su opción por la libertad versus la esclavitud, su monolítica y secular voluntad de aferrarse a una identidad especialísima… (¿para qué seguir?); en todos esos casos, nos encontramos con creencias que requieren fe para sostenerse y no con argumentos mínimamente resistentes a un análisis crítico.
Aun así, pese a valorar las razones por encima de las emociones, reconozco que éstas son tan importantes como peligroso el ejercicio de excitarlas (el propio Borrell nos dice que no crecen de modo natural en los árboles) ya que causan decisiones equivocadas y, esperemos que aquí no, hasta acciones violentas. Decía el presidente Felipe González en una entrevista para El País hace muchos años que, en política, las percepciones son más importantes que la realidad. Pues algo así: en política, y desde luego en el problema del secesionismo, las emociones son más importantes que las razones; y unos lo saben mejor que otros (me refiero a los líderes secesionistas, que no deberían estar tan activos…; no a los demás, que deberían ser más reactivos). Así es que soy consciente de que predico en un vasto desierto cuando pretendo que la razón se imponga, pero es mi modesta aportación a la causa (no digo “mi grano de arena” para evitar que el desierto se haga más vasto aún…).
Coincido con Francesc de Carreras: hay nacionalistas pragmáticos a los que se puede intentar convencer, pero los nacionalistas identitarios son irrecuperables, pues su nacionalismo es sólo emocional y ninguna razón les hará cambiar. Es prácticamente inútil. Vidal-Quadras dice lo mismo: que hay que olvidarse de integrarlos porque no son integrables, y que hay que derrotarles en el campo de las ideas y en las urnas.
A estas alturas del partido, ya no podía ser desde la razón sino desde la emoción lo de seguir contemplando el “derecho de autodeterminación” -el “derecho a decidir” es un mero eufemismo- invocando a las Naciones Unidas (de esto he de hablar algún día específicamente). Tampoco podía ser desde la razón lo de considerar segura la protección de la UE, y probable su mediación, a pesar de que ella misma lo negase y de consideraciones como que la UE pretende superar los muchos conflictos identitarios que ya abarca y no aumentar más el número de Estados miembros que ya tiene, etc. (dejo también el desarrollo de esto para otro día).
Aún sin razones, esperaban los ilusos o manipuladores, crear emociones basadas en que se iban a despertar sentimientos de simpatía y cariño en todo el mundo (ONU) o, al menos, en el continente (UE)…; mucha mira puesta en lo internacional y, sin embargo, siguen sin tener previsto cómo curar en la propia Cataluña la frustración, ahora que ya se ha visto que nada es como decían que iba a ser. Tantas emociones sin apenas razones, llevan a la frustración y ésa sí es una triste emoción (ya les dije otro día cuánto me entrenan mis nietos para los pareados simplones).
Los independentistas se pasan el día entero tejiendo emociones; por ejemplo, cuando descuidan el presente por estar idealizando el pasado y el futuro, cuando convierten la vida en un juicio permanente, cuando buscan errores y culpabilizan “als altres” [a los otros], cuando atribuyen intencionalidad negativa a todo hecho fortuito o comportamiento “dels altres” [de los otros], cuando caen en el vicio de compararse constantemente “amb els altres” [con los otros]… acaban creando en casi la mitad del pueblo catalán –esa casi mitad que está dispuesta a creerse lo que sea- sentimientos de agravio, inseguridad, insatisfacción… desde luego: de narcisismo (si digo racismo, me tildará de exagerado pero… ¿quiere que muestre algún tweet?).
Como dice Santos Juliá en sus “Historias de las dos Españas”, el nacionalismo es, sobre todo, sentimiento”, y cita a continuación al poeta Joan Maragall: “Estas cosas se sienten o no se sienten”; se siente más que se define, se inspira y no se explica, como todas las cosas que pertenecen a la pasión.
Con todo: sentimientos tenemos todos (las dos mitades, cabe suponer). Sabemos bien que los independentistas se sienten insultados y agraviados porque nos lo escupen a diario, pero ellos deberían saber que muchos “dels altres” nos sentimos ya más que cansados de escucharlo sin entenderlo (“pero… ¿qué os hemos hecho?”, se pregunta uno a menudo), y deberían darse cuenta de que insultan (o es que son más catetos de lo que aparentan) cuando dicen cosas como las que ha dicho el 22 de diciembre (es un ejemplo) a TVE con aire humilde, cándido, el “exconseller de la Generalitat” recién puesto en libertad bajo fianza Jordi Turull, que “a los catalanes nos gusta votar; nosotros arreglamos los problemas votando”; frases como ésta las dicen todos los días y con ellas insultan al resto de españoles (incluidos los otros catalanes), y la inteligencia de todos.
Decía Unamuno a mediados de 1933, en su artículo “País, paisaje, paisanaje”, entre otras cosas, que algunos “se creen, a su manera, arios (…) no verdaderos aldeanos”; y cuando le preguntaban si les tomaba en serio, respondía: “Ah, es que hay que tomar en serio la farsa (…). Todo lo que en el fondo termina en la guerra al meteco, al maqueto, al forastero, al inmigrante, al peregrino, termina en una especie no de ley, pero sí de costumbre de términos comarcales o regionales. Cuestión de clientelas. Y como si fuera poco la supuesta lucha de unas supuestas clases, viene la de las flamantes naciones”.
Los sentimientos de que vengo hablando están y son: están a un lado y otro de una profunda sima que ni imagino ni he visto nunca, pero que parece ser que pasa de sur a norte entre Fraga y Alcarràs…, y son muy mala base para iniciar la tan necesaria reconciliación.
Aquí el enlace a mi artículo anterior. La semana próxima veremos cuán artificial es la construcción nacional que genera los sentimientos de que hoy he hablado.
Por Ángel Mazo.
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