No suele pasar que alguien que se dedica a la política se quede sin palabras. Lo normal es que siempre haya recursos enlatados para decir lo apropiado en el momento correcto. O al menos, es de lo que se encargan esa especie en la pirámide alimenticia del ecosistema político que son los asesores…
Yo debo decir que me he quedado muchas veces sin palabras. Antes y mientras estaba (estoy) en esa cosa llamada servicio público.
¿Qué puedes decir cuando asesinan de un balazo en la nuca a un chavalillo concejal en Ermua?
¿Qué puedes decir cuando la debacle económica aniquila a las familias que conoces y a la tuya propia?
¿Qué puedes decir cuando una persona viene a decirte que la administración le ha destrozado la vida y compruebas que tiene razón?
¿Qué puedes decir cuando ves una injusticia detrás de otra?
Poco, la verdad.
Puedes decir que vas a investigar lo que sucede, que vas a hacer todo lo posible para paliar la horrible situación en la que se encuentra esa persona y muchísimos más… Puedes comprometerte a ser una persona empática, honrada y peleona. Poco más.
Y es que a veces, te quedas sin palabras. Es complicado trasladar sentimientos, deseos y anhelos en sujeto, verbo y predicado.
A mí me ha pasado ya un par de veces. Cuando falleció mi padre, justo entonces, esa misma semana, me acababan de dar una columna en un medio de comunicación nacional. Mi primer artículo en él se lo leí en el hospital a mi padre para pedirle su opinión. Para cuando lo publicaron, ya no estaba. Y me quedé sin palabras.
Un año después, entré como concejal de Ciudadanos en el Ayuntamiento de Lleida. Y no ha sido fácil. Ser defensora, junto a mis compañeros, del Estado de Derecho en territorio separatista es costoso. Te insultan, te tiran piedras, te machacan en redes sociales y te enfrentas a la incomprensión de propios y extraños a la hora de defender los mismos principios inalienables que te han llevado a entrar en un Ayuntamiento para hablar en nombre de los que te han votado. Y en nombre de los que no te han votado, también.
Y aún así, por más difíciles que nos pusieran las cosas, siempre tenía algo que decir. Siempre.
Y hoy, en medio de la más horrible pandemia a la que nos enfrentamos, con cientos de muertos en soledad en nuestra ciudad, con una debacle económica en ciernes, y cuando lo fácil sería cargar las tintas contra todo y contra todos, me he vuelto a quedar sin palabras por segunda vez.
Cuando estás en una ciudad fantasma, una ciudad sin gente en las calles excepto los que no tienen un techo donde refugiarse, cuando estás en una ciudad donde los juegos infantiles están precintados, en una ciudad que está siendo titular de noticiarios y protagonista de grandes proclamas, pero de ninguna acción para paliar su sufrimiento, te quedas sin palabras.
Y así estamos. Sin palabras.
Lo cual no quiere decir que estemos sin ideas. O sin propuestas. O sin unas ganas enormes de trabajar para encontrar soluciones. Las tenemos. Permítanme tan sólo, que no tenga grandilocuentes palabras para defenderlas. Sólo hay sentido común, respeto a la ley, y ganas de darle la vuelta a la situación. Y dolor. Mucho dolor. Demasiados muertos sin sentido y demasiadas familias destrozadas.
Así que si me lo permiten, me voy a dejar de palabras, y les presentaré las acciones. Más de cien desde el inicio de la pandemia.
¿Qué tal si nos dejamos de hablar y actuamos?
Ángeles Ribes es portavoz de Cs en el Ayuntamiento de Lleida
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