Durante la guerra de Crimea de 1854, lord Cardigan, a la sazón comandante en jefe de las tropas británicas, dio a su brigada ligera ordenes de ataque ambiguas y basadas en una catastrófica malinterpretación de la situación que le rodeaba. Todo ello acabó dando por resultado la carga de la brigada ligera que terminó en uno de los mas celebres fiascos militares de la era moderna.
Tras los atentados de Barcelona, las élites gobernantes a ambos lados de la Plaza de Sant Jaume sufrieron una disonancia cognitiva de similar calibre que les llevó a secuestrar cínicamente los sentimientos de dolor y solidaridad para caer en el exhibicionismo impúdico de su parafernalia militante. Este error de cálculo ha sido digno de lord Cardigan. Aprovechar la proyección mediática de un atentado terrorista para hacer una campaña propagandística inescrupulosa solo ha logrado mostrar al mundo la estampa de un independentismo psicópata, para el que el dolor del otro y el respeto a las víctimas ha pasado a un segundo plano ante la irresistible tentación de sacarle partido a la desgracia ajena.
Esta especie de trastorno histriónico de la personalidad colectiva saca también a la superficie los profundos miedos que atenazan a los líderes separatistas, que contradicen el eslogan de la manifestación. Los independentistas se han habituado a la hegemonía mediática, y se mueven torpemente fuera del confort del monopolio de la comunicación. De ahí la necesidad que sintieron de tomar la iniciativa a cualquier precio, fabricando sobre la marcha héroes a lo Chuck Norris y forzando la escenografía de la manifestación para ocupar las pantallas en exclusiva.
Los independentistas tienen además tan poca confianza en el pueblo que dicen representar que temen que, fuera de sus circuitos cerrados y compartimentos estancos, sus seguidores puedan verse influidos por la existencia de un mundo globalizado que pone en tela de juicio los hechos diferenciales. Por ello, el núcleo rural del separatismo, enfrentado a la imagen de una capital catalana con clara vocación cosmopolita y abierta -verdadero enemigo a batir- no supo ver otra salida que la sobrerreacción, folclorizando chabacanamente un acto cuya esperable solemnidad les habría hurtado el protagonismo en las pantallas y hecho perder su obsesivo control del relato.
Sin embrago, el resultado logrado ha sido pueril y, en última instancia, perjudicial para su causa; lejos de apartar la atención de lo importante, los saboteadores del acto de homenaje a las víctimas han abierto los ojos de mucha gente, incluso entre los suyos.
Puedes colaborar con elCatalán.es para que siga con su labor de defender la Cataluña real, la Cataluña que quiere formar parte de una España democrática, participando en la campaña de crowdfunding, aquí tienes los detalles. O comprando el libro ‘La Cataluña que queremos’. Aquí, más información.
no recibe subvenciones de la Generalitat de Catalunya.
Si quieres leer nuestras noticias necesitamos tu apoyo.