El nuevo Govern de Puigdemont está hecho a medida para dirigirse, cual kamikaze, de cabeza hacia su objetivo, ya que si no fuera así, ni hubieran dimitido los que han dimitido, ni hubieran sido nombrados los que lo han sido. Buen ejemplo de lo que digo es que la nueva Consellera de Ensenyament, Clara Ponsatí i Obiols, es miembro de la Assemblea Nacional de Catalunya. Una asociación que, junto a Omnium Cultural, se autoproclama como una asociación sociopolítica y cultural que representa a la sociedad civil de Cataluña y al mismo tiempo da apoyo al Govern y a la coalición de Junts pel Sí con su no menos extraña compañera de viaje, la antisistema CUP.
A esto le tenemos que añadir la dimisión del Director de los Mossos d’Esquadra, Albert Batlle, otrora miembro del PSC, que ya tuvo altos cargos en el tripartito presidido por el expresidente Pasqual Margall, que nos dejó un Estatuto que rozaba el independentismo y que fue recurrido ante el Tribunal Constitucional por el Partido Popular. Por último, por si no fuera poco, Pere Soler, un destacado alto cargo independentista, acaba de ser nombrado Director de los Mossos.
En algún momento se rompió en Cataluña la política del “peix al cove” (pájaro en mano, en traducción no literal) que consistía en una convivencia entre el gobierno autónomo y el gobierno central de turno. Pero el punto de partida de esta aberrante aventura fue cuando Artur Mas formó el “govern del millors” (el gobierno de los mejores). En realidad fue el gobierno de los recortes y para ello se apoyó en el Partido Popular. Soplaban vientos de “noviazgo” entre las dos derechas, que evidentemente estaban -y siguen estando- unidas en el objetivo de hacer recortes en las políticas sociales y económicas.
Unas políticas que fueron muy protestadas, cosa que indica que el electorado de izquierdas se estaba movilizando de manera peligrosa hacia los intereses de la entonces Convergència i Unió. Corría el año 2011 y se vivía en todas partes el quincemayismo, con la ocupación de las plazas más importantes de toda España. Como no podía ser de otra manera, los indignados catalanes también ocuparon la Plaza de Cataluña. Si además añadimos las manifestaciones ante el Parlamento de Cataluña, donde se vio un gran descontento de la ciudadanía, se creó un clima en el que Artur Mas se hizo converso al independentismo, pasando después lo que todos ya sabemos.
Hemos pasado varias veces por un cambio de “hoja de ruta”, según los vientos que soplaban, sobre todo desde la bancada cupaire y sus asambleas. En un primer momento fueron humillados por parte de Mas por haberse visto en la obligación de dimitir después de todo lo que habían hecho hasta el momento por el llamado “procés”. Pero estos devolvieron con creces la humillación amenazando al nuevo Presidente -exalcalde de Girona, Carles Puigdemont, un convencid independentista dentro de las filas convergentes- de no apoyar sus presupuestos, con lo que se acababa el famoso proceso.
Todos recordamos lo que pasó el 9-N, las consecuencias judiciales a Artur Mas y a varios de sus consejeros de gobierno, pero eso no ha servido para paralizar esta locura con la que se supone que pretenden hacer nacer una nueva República. Un estado que apenas tendría reconocimiento internacional. Tampoco el susodicho referéndum, ni la declaración de independencia que, al día siguiente de su celebración, en caso de que se consumaran, tendrían consecuencias por ser a todas luces ilegales.
El secreto de gran parte del fracaso estará, por un lado, en que se produzcan o no nuevas deserciones del bando independista (especialmente desde las filas del PDdeCat, la mayoría de la gran burguesía catalana) y, por otro, según lo que decidan las empresas que construyen las urnas.
A esto le tenemos que añadir lo que vaya a hacer al gobierno español, que por el momento descarta las pocas medidas que podría ejecutar para frenar todo esto. Salvo que realmente no esté diciendo la verdad y vaya a aplicar dichas normas.
Si solo tenemos en cuenta al nuevo gobierno de Puigdemont, esto pinta muy mal y no sabemos qué consecuencias pueden haber. Pero seguro que la clase trabajadora de Cataluña saldrá perdiendo si esta locura del proceso independentista no se para de forma contundente.
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